lunes, 16 de junio de 2014

Mitos longevos en las voces de un padre

por Mario Note Valencia


a la redención de nuestros padres
(amigos, abuelos, hermanos mayores)

Una de las palabras que encuentro más estimulantes en la escritura es dédalo que significa, entre muchas cosas, laberinto. Pero este término nos recuerda de inmediato a Dédalo, que además de ser padre, fue un gran arquitecto, único diseñador del mítico laberinto en la isla de Creta. ¿Quién no recuerda el mito de Teseo y el Minotauro?, ¿de la ayuda imprescindible de Ariadna?, ¿de la isla protegida por gigantes? Entre los lugares que encierran mitos y los libera a través de los tiempos, Creta es uno de esos continentes de mitos, como el que se refiere a Dédalo e Ícaro.


Como todos recordaremos, el mito nos cuenta que cuando Teseo logra matar al Minotauro, el rey Minos se enoja con Dédalo porque asegura que alguien (es decir, Teseo) había podido burlar el gran laberinto que había construido. Lo que no sabía Minos era que Dédalo fue quien le mostró a Ariadna y a Teseo cómo entrar y salir del intrincado lugar.

El rey Minos decide echar a la isla de Creta a Dédalo y a Ícaro, el hijo de este gran arquitecto. Estando en la isla y planeando escaparse, Dédalo diseña, con plumas de ave y cera de abejas, unas alas para escapar del lugar. Al comprobar que su hijo podía volar, Dédalo le aconseja que no vuele demasiado bajo ni demasiado alto.


Ícaro, sin embargo, en pleno vuelo siente la euforia de su libertad, se siente vanagloriado por tal posibilidad del vuelo que, sin percatarse, se acerca cada vez más al calor del sol. El sol derrite la cera con que se sujetaban las alas; irremediablemente Ícaro cae al mar. Las antiguas lenguas viperinas dijeron alguna vez que con la muerte de Ícaro se fundó el actual Mar de Icaria.


Los mitos y las cosas del mundo:
¿por qué Dédalo e Ícaro?

Según la teoría, los mitos siempre nos cuentan el génesis de los objetos del mundo. En este caso, el de un mar ubicado en Europa. Pero entonces qué hay de la historia. Algo muy importante es que decir mito no es decir fábula o moraleja. Los mitos no enseñan nada más que la historia en algún lugar y tiempo remotos. Lo que sí guardan los mitos son los modelos ancestrales de la humanidad, como es la imagen de la madre, los ancianos, los dioses y en este caso el del padre.

Se dice también de los mitos que éstos, queramos o no y dependiendo del contexto cultural, sobreviven al tiempo y regresan a nosotros de diversas maneras. Por ejemplo, quizá alguno de nosotros, sin darse cuenta, ya haya vivido el mito de Teseo y del Minotauro. Quizá alguien ahora mismo encuentre una semejanza de ese mito con algo que le acaba de suceder en su escuela, el trabajo o en la familia. ¿Quién no ha entrado en terrenos sinuosos de la experiencia cotidiana y salido victorioso?, pero, es cierto, ¿quién no ha sido alguna vez un terrible monstruo que habita en un laberinto?

¿Quién no ha representado el vuelo de Ícaro?




* * *
El día de ayer, 15 de junio de 2014, se festejó el Día del Padre. Las plataformas informáticas de la internet se llenaron de felicitaciones. Entre los diversos carteles que llegaron a mi vista, vi uno en especial que llevaba la representación de diversos trabajos del padre. El desenlace de dicho cartel me tremoló el espíritu de domingo, me transportó al mito de Dédalo, el padre, e Ícaro, el hijo. Me imagino que una sinuosa mano milenaria se coló en las energías creativas del creador del cartel, y lo hizo desencadenar el momento de tensión en donde una vez dejado al hijo volar, está la expectativa del vuelo raso. Por suerte los vuelos nunca son los mismos. Dejo a los lectores efímeros la contemplación de este mito en un producto cultural contemporáneo:


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