lunes, 23 de junio de 2014

Jesús Leticia Mendoza Pérez y la impronta que he seguido

por Mario Note Valencia


 Reproduzco de manera íntegra el comentario que hice al libro Impronta femenina de Jesús Leticia Mendoza Pérez. Puedo contar que Leticia publicaba artículos de manera regular en el suplemento semanal de un periódico universitario, cuyo nombre de la columna era, precisamente, “Impronta femenina”. Me enteré de sus publicaciones por curioso azar o por una especie de misticismo mientras caminaba adosado a un río que atraviesa la ciudad. Después de ese descubrimiento, la seguí leyendo. Tiempo después, luego de compartir impresiones a través de correos electrónicos, Jesús Leticia me comentó que haría un libro con todas sus publicaciones de “Impronta femenina”. Por un motivo y otro, serie de consecuencias, en octubre de 2012 un compromiso estimuló la escritura de varias impresiones acerca de este libro de Jesús Leticia, profesora que dirigió varios de los cursos que tomé de filosofía y literatura. 
23 de junio de 2014

La impronta que he seguido

La suerte que nos ha llevado a estar en este día y bajo el influjo de estas circunstancias, no ha sido más que, podemos decir, la disposición gradual y natural de los hechos. Quiero dejar los pormenores de la obra a la misma autora, a usted, maestra Lety, para que sea de su propia voz y no de otra, que notemos respirar sus artículos que contiene “Impronta femenina”, en verdad una impronta, una huella, una marca, un camino de donde lo primero que se puede deducir es: que a pesar de su ausencia, maestra, su obra seguirá dialogando con los lectores, con nosotros (éste es el triunfo de la literatura, éste es el verdadero juego de la humanidad). Yo me quedo, pues, con sus artículos y con el peculiar recuerdo que tengo de ellos cada vez que me toca notar su libro, ahora, entre mi breve biblioteca personal. Releo, por ejemplo, aquel artículo que habla de su abuela, y cuando usted habla de ella, tiene una voz filantrópica, de amor familiar, hay una mirada que no pretendo escudriñar cuando miro la misma portada que atrapó mi atención, ¿hace más de un año? ¡Cómo pasa el tiempo! La imagen de su abuela que galardona la edición de su libro, que es asimismo un acto de justicia…

(Aquí intervengo en una explicación oral acerca de cómo vine a enterarme de las publicaciones; cómo la leí en vacaciones; la humildad que siempre conservó; así como un mensaje electrónico que le envié)

No recuerdo ya, maestra, qué le dije en aquel mensaje. Creo que es difícil tener en la memoria palabras de diálogos especiales, acaso apenas logramos mantener la sensación, sorpresa o alegría, con que se lee cualquier palabra que vaya dirigido hacia nosotros, de manera personal. Pero si se trata de dialogar con Jesús Leticia-escritora, hablar de sus letras, su escritura, debo agradecer, primero, ciertos aspectos que no quiero que pasen desapercibidos:

(Aquí otra intervención para comentar la humanidad de la autora, su sensibilidad artística, su sinceridad y la correspondencia temperamental que hay entre la autora y su obra)

Más allá del aula de clase, recuerdo algunas impresiones de sus cuentos, sobre todo. En su cuento titulado “El rosal blanco” viví un correlato que me conmovió hasta los huesos porque, así como usted, yo también… Bueno, dejo al público la lectura, no quiero predisponerlos, no queremos arrancarles la primera impresión. Por otro lado, el cuento “Las Panateneas” acaso contiene un elemento que permea su literatura: la fragilidad, el cristal impoluto, y el sorpresivo final: hermoso y complicado desenlace, a mi parecer. En su relato sobre “Esperanza Rivera Trasviña”, la eterna abuela, la mujer inmortalizada hasta que el lenguaje de la palabra exista, coloca una expresión que dejo también al público el descubrimiento de ella, verdadera melodía oracional; quiero decir que, con una frase explica cómo, especialmente, llega el amor a su abuela. Después, en persona, cuando le comenté sobre la mujer que era su abuela, usted me dijo: “Fue una mujer muy bella”; yo asentí, casi automáticamente, sin importarme la transgresión del tiempo. Es esa mirada, esa mirada que, de pronto, me hace recordar lo que un escritor mexicano dijo: en Yucatán el amor vive bajo la tierra, en los cenotes, en el agua subterránea, transparente, lúcida, secreta, pero que resplandece, de pronto, en los ojos de sus habitantes…

Estoy de acuerdo con usted, maestra Lety, cuando dice que la mujer es el ser humano creado con el material más resistente, dispersión de luz policroma, así dice: el diamante. Una vez le dijeron a Van Gogh: para que un hombre pueda ser hombre, es necesario que sobre él una mujer insufle aire.

Hagamos Filosofía del Lenguaje. La palabra es una prisión para el sentido. El sentido anhela ser liberado, encontrado, rescatado, de esa prisión natural que se llama lenguaje. El llanto y la risa, la alegría y su llanto, son implosiones que descargan esa bella frustración del ser humano y que, sin duda, demuestran que más allá de la palabra está un lenguaje universal: la emoción, los sentimientos. Aquí y en China el llanto es llanto; la sonrisa, sonrisa; los besos, besos; el abrazo, abrazo.

Por último, y no por eso menos importante: La mujer es lenguaje universal, pero nadie la sabe repetida; tiene el amor, sí, el amor que reverbera sutilmente en sus ojos, después de que ya ha entrado más de una vez en su pecho florido. La mujer es la mirada auténtica, la mirada que deja impronta. Gracias, y felicidades, maestra Leticia.

Octubre de 2012

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