por
Mario Note Valencia
Reproduzco de
manera íntegra el comentario que hice al libro Impronta femenina de Jesús Leticia Mendoza Pérez. Puedo contar que Leticia
publicaba artículos de manera regular en el suplemento semanal de un periódico
universitario, cuyo nombre de la columna era, precisamente, “Impronta femenina”.
Me enteré de sus publicaciones por curioso azar o por una especie de misticismo
mientras caminaba adosado a un río que atraviesa la ciudad. Después de ese
descubrimiento, la seguí leyendo. Tiempo después, luego de compartir
impresiones a través de correos electrónicos, Jesús Leticia me comentó que haría
un libro con todas sus publicaciones de “Impronta femenina”. Por un motivo y
otro, serie de consecuencias, en octubre de 2012 un compromiso estimuló la
escritura de varias impresiones acerca de este libro de Jesús Leticia, profesora
que dirigió varios de los cursos que tomé de filosofía y literatura.
23 de junio de 2014
La impronta que he seguido
La suerte que
nos ha llevado a estar en este día y bajo el influjo de estas circunstancias,
no ha sido más que, podemos decir, la disposición gradual y natural de los
hechos. Quiero dejar los pormenores de la obra a la misma autora, a usted,
maestra Lety, para que sea de su propia voz y no de otra, que notemos respirar
sus artículos que contiene “Impronta femenina”, en verdad una impronta, una
huella, una marca, un camino de donde lo primero que se puede deducir es: que a
pesar de su ausencia, maestra, su obra seguirá dialogando con los lectores, con
nosotros (éste es el triunfo de la literatura, éste es el verdadero juego de la
humanidad). Yo me quedo, pues, con sus artículos y con el peculiar recuerdo que
tengo de ellos cada vez que me toca notar su libro, ahora, entre mi breve
biblioteca personal. Releo, por ejemplo, aquel artículo que habla de su abuela,
y cuando usted habla de ella, tiene una voz filantrópica, de amor familiar, hay
una mirada que no pretendo escudriñar cuando miro la misma portada que atrapó
mi atención, ¿hace más de un año? ¡Cómo pasa el tiempo! La imagen de su abuela
que galardona la edición de su libro, que es asimismo un acto de justicia…
(Aquí intervengo en una explicación oral acerca
de cómo vine a enterarme de las publicaciones; cómo la leí en vacaciones; la
humildad que siempre conservó; así como un mensaje electrónico que le envié)
No recuerdo ya,
maestra, qué le dije en aquel mensaje. Creo que es difícil tener en la memoria
palabras de diálogos especiales, acaso apenas logramos mantener la sensación,
sorpresa o alegría, con que se lee cualquier palabra que vaya dirigido hacia
nosotros, de manera personal. Pero si se trata de dialogar con Jesús Leticia-escritora,
hablar de sus letras, su escritura, debo agradecer, primero, ciertos aspectos
que no quiero que pasen desapercibidos:
(Aquí otra intervención para comentar la
humanidad de la autora, su sensibilidad artística, su sinceridad y la
correspondencia temperamental que hay entre la autora y su obra)
Más allá del
aula de clase, recuerdo algunas impresiones de sus cuentos, sobre todo. En su
cuento titulado “El rosal blanco” viví un correlato que me conmovió hasta los
huesos porque, así como usted, yo también… Bueno, dejo al público la lectura,
no quiero predisponerlos, no queremos arrancarles la primera impresión. Por
otro lado, el cuento “Las Panateneas” acaso contiene un elemento que permea su
literatura: la fragilidad, el cristal impoluto, y el sorpresivo final: hermoso
y complicado desenlace, a mi parecer. En su relato sobre “Esperanza Rivera
Trasviña”, la eterna abuela, la mujer inmortalizada hasta que el lenguaje de la
palabra exista, coloca una expresión que dejo también al público el
descubrimiento de ella, verdadera melodía oracional; quiero decir que, con una
frase explica cómo, especialmente, llega el amor a su abuela. Después, en
persona, cuando le comenté sobre la mujer que era su abuela, usted me dijo: “Fue
una mujer muy bella”; yo asentí, casi automáticamente, sin importarme la
transgresión del tiempo. Es esa mirada, esa mirada que, de pronto, me hace
recordar lo que un escritor mexicano dijo: en Yucatán el amor vive bajo la
tierra, en los cenotes, en el agua subterránea, transparente, lúcida, secreta, pero
que resplandece, de pronto, en los ojos de sus habitantes…
Estoy de acuerdo
con usted, maestra Lety, cuando dice que la mujer es el ser humano creado con
el material más resistente, dispersión de luz policroma, así dice: el diamante.
Una vez le dijeron a Van Gogh: para que un hombre pueda ser hombre, es
necesario que sobre él una mujer insufle aire.
Hagamos
Filosofía del Lenguaje. La palabra es una prisión para el
sentido. El sentido anhela ser liberado, encontrado, rescatado, de esa prisión
natural que se llama lenguaje. El llanto y la risa, la alegría y su llanto, son
implosiones que descargan esa bella frustración del ser humano y que, sin duda,
demuestran que más allá de la palabra está un lenguaje universal: la emoción,
los sentimientos. Aquí y en China el llanto es llanto; la sonrisa, sonrisa; los
besos, besos; el abrazo, abrazo.
Por último, y no
por eso menos importante: La mujer es lenguaje universal, pero nadie la sabe
repetida; tiene el amor, sí, el amor que reverbera sutilmente en sus ojos,
después de que ya ha entrado más de una vez en su pecho florido. La mujer es la
mirada auténtica, la mirada que deja impronta. Gracias, y felicidades, maestra
Leticia.
Octubre
de 2012
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