por
Mario
Note Valencia
Los alcances de la hegemonía comprenden
lo público y lo privado. Estas revelaciones suceden en las tensiones cotidianas
frente a una institución legitimada y legitimadora de los esfuerzos de
dominación. Uno de estos rasgos en la idiosincrasia mexicana, al menos, es el
desdoblamiento del individuo frente a la forma hegemónica de algún sujeto que
suponga una posición o lugar alto en instituciones.
Lo que el individuo arroja como excusa o
explicación para alguna respuesta a su incumplimiento al pacto (con el que
estuvo de acuerdo al ingresar a la institución) es, sobre todo, su vida privada
real o ficticia. Porque incluso cuando es ficticia, persiste el hecho de que el
individuo tenga que inventar una serie de eventos correspondidos para
justificar su falta.
Muchas veces desbaratar de esta manera lo
íntimo frente al orbe público no sirve de nada. Nuestra cultura nos ha enseñado
que cuando se llega tarde a la escuela o al trabajo debemos decir que fue por
distintos efectos sociales reales (pero de igual manera íntimos): “no pasó el autobús a
tiempo”, “hubo un choque en el camino”, “hubo tráfico” o “un familiar enfermó
gravemente”. La institución, como se ve en su burocracia material, nunca ha
estado para estas explicaciones.
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