por
Mario
Note Valencia
¿Por qué no aceptamos las instalaciones
materiales de cierta institución o sujeto mediador legitimado por ésta? Aceptar
la invitación de una institución legitimada para sus esfuerzos de dominación y
abarcamiento inadecuado, como elemento de crecimiento de su capital a través de
ideologías comunes, implicaría algo más que una claudicación simbólica de ideales propios, más que un corrompimiento de la autenticidad.
Lo que se hace, al aceptar un devenir material
de este tipo de instalaciones, es legitimar su alcance de dominio. Dado que si
se tratara de una minoría radical, la institución no legitima esta minoría,
sino a la inversa; incluso, si la institución provee las herramientas para la
expresión de lo radical, lo que hace es legitimar su acción “incluyente”,
“protector” y, por supuesto, de dominación.
Si la hegemonía expresa y dirige sus
esfuerzos a través de las herramientas materiales de su propiedad, su
dominación en espacios para la “libre cultura”, para la expresión supuesta
disonante, involucrarse entonces con alguno de sus materiales implicaría una alienación
hacia la institución. Valores propios y esfuerzos auténticos se verían
atrofiados porque a través de su consumación, se pone en un cristal que
funciona como filtro.
La actividad cultural queda secundada.
Esto es peligroso por el grado de tentativa que representa un vaso de agua en
medio del desierto, pero cuya agua es salada. El grupo radical ni siquiera
pasaría más allá de una nostalgia si acaso se vanagloria con su vinculación con
la hegemonía ya de por sí inadecuada.
Este pequeño textito me deja un buen sabor de boca y una buena dirección de reflexiones; en primera, la tangibilización de las ideologías no ya en un móvil sino en un escenario estático como lo es la institución es un carácter necesario en la medida en que toda alma necesita un cuerpo. Sí, la metáfora es un cliché, ya la institución y su jerarquía es la ideología en ejecución, en este modelo (comúnmente vertical) yo pienso que hay un juego de reciprocidad, viéndolo como un duelo, un penetrante duelo psicológico: la institución ofrece protección, dominación y espacio sin dejar demostrar poder, es decir, se vuelve semi-permisivo. la tendencia de radicalización por el elemento que ingresa a la jerarquía es casi similar, ofrece una opinión, una crítica sin permitir una confianza cabal.
ResponderEliminarMe remonto a Marcuse y el Hombre unidimensional...
¿hasta qué punto la ideología preponderante elabora a sus propios opositores como una dosis de autocrítica necesaria?
Me vienen a la mente otras lecturas, pero sin duda es un textito, Mario, que mira, viene a arrojar un cambalache de reflexiones.
Saludos.
o curioso es que las instituciones sí son móviles, pero cuyos motores parten de la inmovilidad de quienes la integran. Entonces, ¿cómo puede decir que avanza? Su avance es medido por el tiempo de permanencia, por su grado de alcance.
EliminarJusto estaba revisando que una institución es reguladora de normas. Como cada casa, digamos, es una moral. Si en nuestra casa no vemos mal levantarse después de comer, a lo mejor en otra casa que visitemos seremos inmorales si no nos acoplamos a lo que los Otros consideran bueno o malo, entonces: para poder levantarse después de comer, es necesario que todos hayan terminado. La inmoralidad es condicionada en cada esfera. Así veo que son las instituciones, son esferas a las que se entra con conciencia. Creo que no puede haber radicales que digan: “prefiero no ir uniformado a clases”, cuando al firmar su ingreso a la institución están aceptando ahora sí que sus términos y condiciones, y no es que sean inmorales, sino que no pueden transformar algo a lo que ingresan por tácita convicción. Habrá que ver, por otro lado, si esta radicalización no es una respuesta en realidad a la hegemonía, una respuesta a la profesionalización de las universidades.
Raymond Williams tenía muy bien planteado el hecho de que muchos “disonantes”, incluyendo sus breves colegas, se angustiaran y optaran por regresar a la institución porque, dentro de ella, tenían ya una identidad (la identidad erigida por la institución).
Apuntas muy bien, Míkel, en eso de que hay necesidad de autocrítica. Ya no es el hecho de decir de “tener de nuestro lado a los intelectuales radicales” sino el hecho de darle, concederle, gratificarlos, con lugares para su expresión. Es decir, en pocas palabras, la institución toma el mando de Theuth (como el dios egipcio dador de las palabras, inventor de la escritura) y entonces infunde modos de nombrar lo que ellos hacen. Estos modos inadecuados se llaman, en palabras, “medios de comunicación”, “civilización” (palabra burguesa), conceptos generales cuya ideología es no particularizar: “control de masas”, así como la creencia contemporánea de que “individuo” siempre significó “individual” y no “indivisible de la sociedad”.
Creo que Gramsci (te debo la referencia real) acertaba en decir que, por supuesto, las mismas instituciones cuentan con sus propios intelectuales, o su manera de decir que tienen a quienes con rigor los justificarán. Por otro lado, para definir a un intelectual refiero la idea de Sartre: un intelectual se convierte (venga de la burguesía o de un bajo estrato social) cuando precisamente da una espalda crítica a sus orígenes. Entonces, cómo dar la espalda necesariamente crítica, ¿con emociones, emotividades, explicaciones metafísicas en contra de la institución? Seguramente no, como bien sabes, Míkel. A veces este corrompimiento llega desde el hogar, o cuando nuestra forma de hogar, nuestras relaciones interpersonales, es corrompido por lo social (construido, reproducido, mantenido por todos nosotros). El método más cercano que puedo traer a colación es el de Durkheim: meterse en la sociedad, experimentarla, conocer los mecanismos morales y funcionar de acuerdo con ellos (aquí agrego lo de Nietzsche, de que a veces es necesario ser malvado para transformar la dirección de valores).
¿Cuál es el texto de Marcuse? Saludos.