por
Mario
Note Valencia
Conocimiento es aflicción
Nietzsche
Comprendemos que el conocimiento es,
antes de ser, un camino recorrido. Este camino se construye como la vida
cotidiana: sobre el puente de la auténtica inmediatez. Sin embargo, el asedor,
el famélico de conocimiento, no va solo en ese paso. Cada paso implica la
oportuna acción entre la motivación que encuentra del pasado y el que ve de
reojo sobre el porvenir, pues el camino implica un recorrido aunque no llegue a
ninguna parte.
¿No es éste el presentimiento el que
acoge al fenómeno de conocimiento cuando, cerrado, no encuentra la resolución
de los ánimos? ¿Debe o no desechar ese
camino construido aunque no lleve a ninguna parte? Sólo pocos, realmente pocos,
verán el recorrido alumbrado y continuarán con el conocimiento de ese
recorrido. La experiencia es, sin duda, la barquilla a la deriva que tremola
sin remos ni timón: el aventurero no sabe si llegará, sólo sabe que lejos está
del inicio.
Nada existe “presupuesto” por completo.
Pregúntense más bien por qué ha desistido ese gran viajero, por qué ha dejado
todo esto en un conocimiento para el vulgo aristocrático. El pecado de los
grandes espíritus es doblegar sus esfuerzos a este tipo de vulgo o saturar
inauténtico su camino, no como egoísmo, sino como una manera de suponer que de nada
ha servido.
Pero, ¿a quién no le ha embargado ya ese
sentimiento, esa segura inseguridad? ¿la oscuridad, la soledad, el vacío? Y así
como el viajero se adhiere a las grandes copas de los árboles, así se adhiere a
la noción como que le confieren las grandes raíces prendidas al suelo, sujetas,
aguerridas. Ésa es la comodidad que ofrece la cultura, que crece, profundiza en
el mismo sitio, se acostumbra y muere sin aire. Sólo pocos comprenden la
necesidad del escapismo a las copas de los árboles. Ahí, al menos, el árbol se
mueve.
Voy a que cualquier tipo de conocimiento
embrionario es peligroso. El conocimiento a medias (en el camino) parece fatuo.
Pasado el tiempo se contrae el cuerpo del viajero, el olor huele a lo que tiene
que oler y casi todo parece incómodo. Si no se consume el conocimiento, la
experiencia puede tener esa presencia de dejadez brutal en el cuerpo, como el
ensayo de los amantes cuando estudian las formas del cuerpo ajeno, desde su
propia arquitectura corporal.
El conocimiento no conoce el camino de
regreso, lo pierde, lo descarta; por eso es difícil ver las cosas de la misma
manera.
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