por José Calderón Mena
Hay
quienes viajamos a través del tiempo con las ventanas de la mente abiertas,
ofreciendo a la vida nuestra disposición de aprender y aprehender conocimientos
que nos hacen feliz el tránsito por la misma, sin orden ni concierto, a veces
de forma equivocada, sin guías precisas; pero siempre buscando ser fieles a una
vocación errática de eternos aprendices.
Fue
de esa manera como desarrollé una gran afición por las bellas artes, en
particular la literatura, la pintura, la música, pero sobre todo el teatro.
A
finales de 1976 llegué a vivir con mi familia a Tonalá, una pequeña ciudad de
la costa chiapaneca de donde era originaria mi esposa, con el fin de emprender
un negocio y tratar de vivir una vida más apacible y sosegada, lejos de la gran
ciudad, que empezaba a ser complicada y agobiante.
Al
principio fue muy difícil adaptarse al lugar, empezando por el clima, demasiado
cálido todo el año, y la absoluta falta de distracciones, sólo compensada por
la playa cercana que mis hijos disfrutaban, nuestra cercanía como familia y el
tiempo para leer.
Las
principales actividades del municipio eran la ganadería y la pesca así como el
cultivo de árboles frutales, lo que hacía de la región rica en recursos
naturales, y por lo tanto próspera económicamente.
Todos
los fenómenos climáticos son exagerados en Tonalá: el calor intenso, la época
de lluvias con temporales que pueden durar días enteros sin parar y dejan el
lugar aislado del resto del país un año sí y otro también.
Luego,
entre octubre y marzo, la temporada de "nortes", unos vientos tan
fuertes que levantan los tejados y llegan a arrancar de raíz grandes árboles y
que pueden durar soplando hasta una semana. Las nubes se "acuestan"
sobre la sierra cercana, dando al lugar una imagen andina.
Todo
esto con el fondo dulce y melancólico de la música de marimba, en fiestas
celebratorias que también se prolongan por días, trátese de festejos familiares
o fiestas patronales en honor a San Francisco: "Tata Chico".
A
los pocos años de haber llegado, y siendo funcionario del estado el poeta Oscar
Wong, originario de Tonalá, tuvo la iniciativa de crear en su pueblo la Casa de
la Cultura, nombrando directora a Sofía Mireles Gavito, licenciada en filosofía
y maestra en la escuela preparatoria local.
Luego
de conformar el personal administrativo, la Licda. Mireles creó los diferentes
talleres y echó a andar la institución que al día de hoy sigue vigente. Dichos
talleres fueron: música, artes plásticas, creación literaria y teatro.
De
la materia literaria se hizo cargo mi esposa Guadalupe Mafud de la Cruz, que
tenía una licenciatura en letras hispánicas por la UNAM.
El
taller de teatro recayó en mi persona, que no tenía ninguna experiencia en
docencia, pero sí un gran amor por el teatro, así como cierta experiencia como
espectador y lector, tanto de disciplinas teatrales como de obras dramáticas, clásicas
como contemporáneas, lo que me hizo atreverme a solicitar el puesto.
El
grupo quedó conformado por jóvenes normalistas y preparatorianos, a los que
logré transmitir mi entusiasmo por el teatro e iniciamos una aventura que es
una de las más gratas experiencias en mi vida.
Después
de cierta preparación teórica, nos dedicamos a hacer representaciones, tanto en
salones adecuados, como en las canchas deportivas de las escuelas de la ciudad,
así como en la cárcel municipal; desde obras cortas y simples hasta su alcance
de la comprensión popular, así como una obra en tres actos de Hugo Argüelles,
donde estuvo involucrada como actriz la propia directora, la Licda. Mireles.
La
experiencia terminó cuando dejamos el lugar buscando uno más propicio para la
educación de nuestros hijos; pero quedó en la memoria como algo imborrable y
permanente, y la certeza de que el aprendizaje recompensa y estimula, aunque
nunca se llegue a ser "oficial de nada".
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