lunes, 28 de noviembre de 2016

Chavela

por José Calderón Mena


No todo lo que nos acontece en la vida es necesariamente trascendente; sin embargo, por una extraña razón algunos recuerdos persisten en nuestra memoria como algo divertido, aunque en su momento haya sido bochornoso.

A principio de los 70 asistí a la casa de unos amigos con los que solía reunirme con cierta frecuencia para pasar un rato agradable y compartir, bajo cualquier pretexto, el gusto por la amistad.

Pasada la medianoche y agotadas las botanas y los tragos nos despedimos y nos retiramos.

Como yo no tenía automóvil acepté el ride que amablemente me ofreció mi buena amiga y compañera de trabajo Juanita Nicholson, ya que vivíamos por el mismo rumbo: ella en la colonia Roma y yo en la Condesa.

Al cruzar Paseo de la Reforma nos acordamos que teníamos pendiente una visita a "La Copa de Champaña", un bar en donde cantaba Chavela Vargas, y como aún era temprano decidimos tomar una última copa y disfrutar el show.

Sin pensarlo mucho, entramos al lugar, ordenamos unos vodka-tonics y empezamos a disfrutar del ambiente bohemio que se respiraba.

De pronto nos dimos cuenta de que ninguno de los dos traíamos suficiente dinero; era fin de quincena y nuestros bolsillos estaban casi vacíos.

Alargamos lo más que pudimos el consumo de nuestra copa mientras veíamos cantar a Chavela, sin saber qué hacer, ni cómo salir del predicamento.

En un arranque de audacia, y aprovechando que la cantante se retiraba un momento a su camerino, Juanita se encaminó hacia allá y con gran aplomo tocó la puerta.

Al estar frente a la artista, comenzó por decirle que nuestra jefa, Tita Casasús, le enviaba saludos, lo cual no era totalmente cierto, sin embargo sabíamos que se conocían; Chavela la recordó con afecto y le hizo algunas preguntas.

Ya iniciada la conversación, Juanita le explicó la situación embarazosa en que nos encontrábamos, pero Chavela le dijo que no nos preocupáramos, que ella nos enviaría un mesero para que nos atendiera.

Cumplida la misión, mi amiga regresó a la mesa y a los pocos momentos llegó el mesero enviado por Chavela, nos preguntó que con cuánto dinero contábamos, al saberlo, nos dijo que él nos avisaría para cuántos tragos más nos alcanzaba.

En la segunda copa, mejoró el sabor de nuestra bebida, sustituído el fantasma del Oso Negro por el alma rusa en nuestros vodka-tonics.

Ya más tranquilos disfrutamos enormemente el concierto de la artista, el ambiente y, por supuesto, nuestros tragos.

A la tercera copa, y pensando que el mesero se había olvidado de nosotros, lo llamamos y solicitamos nuestra cuenta, temiendo un nuevo conflicto.

El muchacho se acercó solícito, y al saber que deseábamos retirarnos nos dijo que la señora Vargas nos agradecía nuestra presencia y que deseaba que hubiéramos disfrutado nuestra velada.

La cuenta estaba saldada.

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