por José Calderón Mena
No todo lo que nos
acontece en la vida es necesariamente trascendente; sin embargo, por una
extraña razón algunos recuerdos persisten en nuestra memoria como algo
divertido, aunque en su momento haya sido bochornoso.
A principio de los 70
asistí a la casa de unos amigos con los que solía reunirme con cierta
frecuencia para pasar un rato agradable y compartir, bajo cualquier pretexto,
el gusto por la amistad.
Pasada la medianoche y
agotadas las botanas y los tragos nos despedimos y nos retiramos.
Como yo no tenía
automóvil acepté el ride que
amablemente me ofreció mi buena amiga y compañera de trabajo Juanita Nicholson,
ya que vivíamos por el mismo rumbo: ella en la colonia Roma y yo en la Condesa.
Al cruzar Paseo de la
Reforma nos acordamos que teníamos pendiente una visita a "La Copa de
Champaña", un bar en donde cantaba Chavela Vargas, y como aún era temprano
decidimos tomar una última copa y disfrutar el show.
Sin pensarlo mucho,
entramos al lugar, ordenamos unos vodka-tonics y empezamos a disfrutar del
ambiente bohemio que se respiraba.
De pronto nos dimos
cuenta de que ninguno de los dos traíamos suficiente dinero; era fin de
quincena y nuestros bolsillos estaban casi vacíos.
Alargamos lo más que
pudimos el consumo de nuestra copa mientras veíamos cantar a Chavela, sin saber
qué hacer, ni cómo salir del predicamento.
En un arranque de
audacia, y aprovechando que la cantante se retiraba un momento a su camerino,
Juanita se encaminó hacia allá y con gran aplomo tocó la puerta.
Al estar frente a la
artista, comenzó por decirle que nuestra jefa, Tita Casasús, le enviaba
saludos, lo cual no era totalmente cierto, sin embargo sabíamos que se
conocían; Chavela la recordó con afecto y le hizo algunas preguntas.
Ya iniciada la conversación,
Juanita le explicó la situación embarazosa en que nos encontrábamos, pero
Chavela le dijo que no nos preocupáramos, que ella nos enviaría un mesero para
que nos atendiera.
Cumplida la misión, mi
amiga regresó a la mesa y a los pocos momentos llegó el mesero enviado por Chavela,
nos preguntó que con cuánto dinero contábamos, al saberlo, nos dijo que él nos
avisaría para cuántos tragos más nos alcanzaba.
En la segunda copa,
mejoró el sabor de nuestra bebida, sustituído el fantasma del Oso Negro por el
alma rusa en nuestros vodka-tonics.
Ya más tranquilos
disfrutamos enormemente el concierto de la artista, el ambiente y, por supuesto,
nuestros tragos.
A la tercera copa, y
pensando que el mesero se había olvidado de nosotros, lo llamamos y solicitamos
nuestra cuenta, temiendo un nuevo conflicto.
El muchacho se acercó
solícito, y al saber que deseábamos retirarnos nos dijo que la señora Vargas
nos agradecía nuestra presencia y que deseaba que hubiéramos disfrutado nuestra
velada.
La cuenta estaba
saldada.
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