jueves, 11 de febrero de 2016

Rituales mágicos para el amor (o cómo perder el tiempo)

por Mario Note Valencia


Me pasa como a Michael Corleone en El Padrino III: cuando quiero salir de la maldad, me vuelven a meter. ¿Usted también los quiere muertos? Porque eso no sucederá. Sin embargo, tome estas recetas mágicas para pasar el tiempo y arrancarle a Pandora, de una vez por todas, la esperanza que dejó atrapada en el borde de su caja.

En más de una ocasión, hace tiempo, me dijeron que había sido embrujado. Según los síntomas, soñar a diario con el pasado, estar tan ansioso como para enterrarle una mina a la noche (cavadora de ojos dice Neruda), pensar por ningún motivo aparente en la otra persona que ya no he visto, en fin, me encontraba en medio de un hechizo que traveseé en secreto y desvelado. Tecomán, la provincia en la que vivo, es conocida por tener a los mejores adivinos y las brujas más perspicaces. Si le contara y dijera nombres, mañana mismo amanecería muerto, o vivo (que es todavía peor). Nunca he recurrido a sus servicios mágicos, porque no creo, pero me he visto inmiscuido en mundos desfigurados por remedios, recetas, rituales y muertos que hablan a través del agua.

Una amiga me relata las peripecias por las que pasa uno de sus compañeros de trabajo: a diario, cuenta, los sueños no lo dejan descansar porque aparece la imagen de su indeseable expareja y dice que a veces pierde la conciencia y que, cuando la recupera, se encuentra enfrente de la antigua casa donde vivían juntos. Cuenta también que fue a ver a una bruja (oriunda de Tecomán) y le reveló que su expareja lo tenía en un embrujo que podía llevarlo a la locura. Desde ese día al presente no ha hecho caso, pero poco a poco dobla las manos (aunque él no crea en supersticiones) porque su situación mental se ha agravado.

De mi parte diré que salí del hechizo por cuenta propia. Ahora mismo, mi grado de científico y materialista aristotélico me han hecho ignorar funcionamientos mágicos. Pero, señor, ¡el mundo en Tecomán está completamente loco! Soy profesor y muchas veces he sido escucha de situaciones paranormales entre mis efímeros estudiantes. Incontables historias que llegan a mi oído, como si provinieran de cuentos literarios. Aquí yo no necesito leer realismo mágico, aquí todo sigue pasando en pleno siglo XXI.

Mi maldad me dice que debo mostrar lo que sé de estas cosas sólo en el ámbito del amor. Se trata de una venganza no menos locuaz que la idea de estar embrujado. Sugiero discreción y que los niños se alejen de la lectura. No me hago responsable de cualquier estupidez que usted desate en su relación. Aquí, en Tecomán, los muertos respiran por las heridas: ¡yo mismo los he visto quejarse en las noches!

Presento los rituales más comunes para hechizar al amor que no le corresponde:

1. Toloache: Consiste en uno de los métodos más tradicionales para que el amor dependa de su presencia. Del náhuatl toloatzin que significa “cabeza inclinada”. El toloache es una serie de plantas que tienen en común provocar delirios una vez que se infusiona. Aunque en un principio era utilizada para otros fines, hoy día se dice “le dieron toloache” para referirse a una persona que, de la noche a la mañana, se ha convertido en un ser voluble y dócil a su pareja (por no decir que le pusieron el mandil).
En la vida social nunca se comprueba, sólo se dice. La persona a la que le dan de beber esta planta, sin que se entere por supuesto, pasa más tiempo en casa y atiende con gran portento el ámbito hogareño.
Sólo hay una advertencia de los brujos: “el toloache amansa, pero también amensa”. La locura, pues, puede ser inducida en grandes dosis de esta planta.

2. Calzón: Oh, sí, una prenda hala más que mil caballos. Pero va más allá de eso. En este caso la mujer debe coser comida metiendo su ropa interior usada y dársela a su prometido. Se tiene por contado que el hombre caiga enamorado de su mujer y no tenga ojos para otra persona. De ahí la frase “le dieron calzón”.
Me ha tocado estar presente en una preparación, secreta e imprevista, y con esa vez me bastó para creer en las múltiples historias que han llegado a mis oídos (no en su efectividad, sino en su fenómeno).
Tiene las ventajas del toloache; aunque, si con las hierbas se induce a la locura mental, con ésta, no sé, supongo, a una infección estomacal.

3. Menstruación: (Salte este método si no quiere leer asuntos tabú). En tercer lugar, aunque discutible con el segundo, tiene que ver con la menstruación. De aquí no tengo duda en lo asqueroso que puede llegar a ser combinar una cosa, ésta cosa, con la comida. Como el calzón, los alimentos deben prepararse con el flujo en el día más fértil del periodo.
No tengo escrúpulos con respecto a la sustancia, común en el desarrollo humano, pero sí con ingerirla en mi plato de sopa de coditos. Aunque, debo informar, varios rituales orientales contemplan la ingesta del periodo como ganancia de fuerza viril en el hombre. Pero esto no es nada, tengo un arsenal de cosas puercas (según dicta la tradición occidental) que mejor me reservo para una conversación de cantina.
¿Efectividad? Vaya usté a saber. En pequeñas entrevistas improvisadas, al menos cuatro informantes femeninas de aquí, Tecomán, lo han hecho y juran haber obtenido los cambios esperados. Y esto no es del todo cierto: una de ellas acaba de separarse, lo que me hace pensar si los rituales deben efectuarse regularmente para que funcionen.
Lo curioso es que este tipo de “amarre” puede ser utilizado también en mal y perjuicio de una pareja, es decir: que una mujer quiera deshacer una relación y el hombre embrujado salga corriendo un día antes de la boda.

4. Moler uñas: Este ritual me encanta porque es sencillo e igual de loco que los anteriores. ¿Que si lo he hecho? Para nada. (¿O sí?). (Cara de sospecha). Se deben cortar al menos dos uñas limpias y bien lavadas, y después molerlas (en un molcajete, por ejemplo) hasta que se hagan polvo. Se disuelven como azúcar en cualquier bebida, incluso agua natural, que le vaya a ofrecer a su presa, la persona de la que está enamorada y desea sus servicios amorosos.
No cuento con informantes de este método. Lo conocí por error mientras revisaba la programación matinal en la televisión por cable. Ojos que no ven, estómago que no resiente.

Hasta aquí, los rituales mencionados son conocidos como “amarres por la boca”. Ahora presento otra muestra de rituales inofensivos.

5. Repetir su nombre antes de dormir: Éste me lo enseñaron en la escuela secundaria. Se trata de mencionar el nombre de la persona tantas veces como sea posible antes de dormir. Como una invocación, un mantra. Uno, al final, termina dormido, no se sabe si por aburrimiento o porque es similar a contar ovejitas. No hay efectividad segura, a lo sumo cubre las horas que podrían desperdiciarse en otra cosa y reafirma que, por amor adolescente, podemos desvelarnos. No tengo idea si contraje secuelas por creer en esto, que actualmente en sueños, suelo decir nombres de mujeres, amigas y demonios.

6. El nombre en el azúcar y el cigarro: Usted pone azúcar en un platito y en medio pone de cabeza un cigarro con el nombre de la persona escrito en el papel que envuelve la molienda del tabaco. Debe custodiar su ofrenda por aquello de las hormigas y las ratas, durante varios días. Si no funciona, recuerde que siempre cabe la posibilidad de salir a la calle. (Este ritual lo leí en un libro, hace muchísimo cuando los dulces a veces venían dentro de paquetes en forma de cajetillas y aparecía el hombre Marlboro, montando a caballo, en los comerciales de televisión abierta).

7. Decidirse por uno, una: No es un método de amarre, pero sí una técnica para decidirse por una persona como si fueran cartas de garito. Digamos que usted no puede decidirse entre tres personas. ¿No le ha pasado? Pues imagínese.
Según el ritual debe escribir el nombre de estas tres personas en pequeños papelitos. A cada nombre le corresponde un papel. Debe doblarlos y no saber qué papel contiene cada nombre. Una vez que lo haga, ponga un papel debajo de su almohada, otro en cualquier parte de la habitación y el último en la ventana.
Después de breves minutos revise los nombres. El nombre de la persona debajo de su almohada es la que debe elegir como la mejor y la más conveniente; el otro nombre dentro de la habitación corresponde a la persona con quien puede tener una buena relación pero sin futuro (toma eso, Albert Einstein); y el que aparezca en la ventana, pobre, ¡es la persona que no lo quiere y sólo le traerá problemas!
Ya ve, por andar de ojo alegre.

Fin de los rituales.

Yo nomás digo. Si nada de esto funciona, haga como don Corleone: “le haré una oferta que no podrá rechazar”. Aunque en el amor no se manda. Incluso hay brujos que mantienen una ética, la de no realizar amarres, porque creen en el amor auténtico. Ellos pueden sacar al diablo de la casa, maldecir eternamente la estirpe de una familia, pero jamás, escúcheme bien, se prestarían para juegos sucios en el amor.

Y frente a todo esto, me relajo. No hay mejor embrujo que el sencillo hechizo del amor por sí mismo. Sentirnos hechizados, a eso me refiero. Entonces conserve su ropa interior, no se coma las uñas y evite dejar al azar la elección amorosa. Todos los vicios que van a la boca se curan con besos. ¿No me cree? Usté acérquese y le daré una bofetada.

"Mujer de Magia Negra" – Carlos Santana





2 comentarios:

  1. Habrá algún amarre para tener pundonor?

    Saludos desde la tierra del Vino y las Ballenas

    :D Hugo

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    1. Hugo, expandiste el panorama: ¿acaso todos necesitamos un poco de amor propio? No lo había pensado en esto de los amarres. Bien decía alguien que para "amar" habría que calarlo primero con uno mismo: ¿qué haríamos por alguien que amamos? Y hacer eso para nosotros. ¿Cumplir un proyecto? ¿Dedicarle tiempo?

      De cualquier manera lo buscaré, jaja, no lo había pensado. Te debo ésta. Saludos desde la Ciudad de las Iguanas. Te veo en la próxima copa y en el próximo lomo de ballena. :D

      Mario

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