viernes, 13 de enero de 2017

De pollitos y mala leche

por José Calderón Mena

Cuando se tiene la afición por escribir y además la oportunidad de publicar lo escrito, se debe tener especial cuidado en no perjudicar a los personajes descritos en sus relatos, sobre todo si se les cita por sus nombres reales o en situaciones que puedan identificar con claridad. Debe desarrollarse un código de ética personal, aunque se sacrifique la autenticidad de los hechos.

En cierta ocasión, y hallándose reunidos un grupo de amigos, a Tita Casasús se le ocurrió contar una fantasía de su infancia: le gustaban mucho los pollitos y quiso saber cómo nacían; se lo preguntó a su padre y éste, con paciencia y tratando de que lo comprendiera una niña de cinco años, le explicó el proceso del empollamiento y el tiempo que los huevos requerían para eclosionar.

Tita puso manos a la obra: se dirigió a la alacena y tomó dos huevos, se puso su pijama y se acostó con los huevos entre las piernas dispuesta a no levantarse durante las tres semanas que esperaría, para tener dos hermosos pollitos en sus manos.

A los dos días, y después de un pegajoso accidente, se olvidó del asunto y no volvió a pensar en su fallido experimento, que además le había causado una severa reprimenda materna.

Entre los amigos que escuchaban atentos y divertidos la anécdota de Tita se encontraba el escritor Sergio Fernández, quien sin permiso ni autorización de por medio, retomó y comenzó a escribir la narración a partir del inicio de la intención de la protagonista, y la puso a empollar los huevos pacientemente hasta el término del nacimiento de los pollitos, detallando toda clase de eventualidades en forma chusca. Los animalitos nacieron y seguían a la niña a donde quiera que iba: al parque, a la escuela, a la misa dominical.

El escritor tituló el cuento algo así como "Tita Casasús, la Mamá de los Pollitos", en un tono jocoso y de mala leche disfrazada de broma. Queriendo darle una sorpresa "agradable", Fernández le envió a Tita el cuento publicado, lo que le produjo un gran disgusto.

Después de reclamos y ofensas mutuas quedó para siempre terminada una amistad que había perdurado por muchos años.


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