por José Calderón Mena
Va, pensiero...
Esta mañana ha amanecido especialmente
fría. Lo curioso es que este frío me hace sentir llena de paz. Se han alejado
de mí las dolencias físicas y la ansiedad y la angustia que han sido constantes
y no pocas a lo largo de mi vida.
No sé cómo describir con exactitud esta
nueva sensación de mi entorno. Dentro de mi sueño (sin tiempo) escucho a lo
lejos murmullos desconsolados. No siento el impulso de moverme; me siento trasladada,
contemplada. Pero nada perturba mi paz, excepto la pequeña incomodidad de ser
el centro de atención, cosa que nunca me gustó.
Acuden a mi mente recuerdos lejanos que me
hacían sufrir, pero con los que me estoy reconciliando. Se alejan de mí los
sentimientos afectivos y alguien borra de mi rostro las huellas de dolor y de
preocupación que ahora carecen de sentido.
Recuerdo también algo que me obsesionó
durante mucho tiempo: una novela de María Luisa Bombal que me atemorizaba. Incluso
ahora la pienso y me reconcilio, aunque el tiempo se haya olvidado de mí.
La noche transcurre entre aromas de cirios
y flores, de largos sollozos y tristes despedidas. Oigo a lo lejos las notas de
Nabucco que tanto amé y que deseaba
oír en este momento.
Ante el inminente acto de inmolación
siento cerca de mí los afectos más cercanos: escucho la voz dolorida de uno de
mis hijos que se despide al otro lado de mi sueño.
Estoy en el inicio de un camino que veo
con esperanza. Mis ojos entre cerrados perciben esa ventana de luz intensa que
me llena de paz y entre brumas alcanzo a leer la palabra crematorio.
* * *
Fotografía: “Amanecer
con neblina en Castro” de Claudio Paz.
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