jueves, 5 de septiembre de 2013

El sueño de los libreros

por Mario Note Valencia


Quien aborda la Literatura no conoce la vida sedentaria. El que lee, sin duda, es un escapista en el tiempo: un verdadero viajero. El espíritu libre, decía un incomprendido filósofo michoacano, viaja solo. ¿La lectura no es acaso un viaje en soledad? Sí, pero una soledad que ranura poco a poco la membrana de la realidad inmediata. El asiduo lector se da cuenta de que la realidad es apenas un escalón para llegar a otro escalón, o por fin al rellano donde los sueños son comprendidos, no desde la vigilia, sino desde su propia armonía. A veces atentamos injustamente al mundo onírico, somos injustos y tendemos a decir que sólo fue un sueño.

La obra literaria es un sueño, y su composición no puede rebajarse a la simplicidad con que medimos el mundo onírico. El sueño es el desglose ingrávido de leyes, la soberbia humana soterrada o liberada hasta en su más pura autenticidad. En el sueño tendemos a ser auténticos, nos abrimos voluntariamente. La obra literaria es un sueño conscientemente construido en el que vale la pena preguntarse si uno es el que se abre o el sueño es el que permanece abierto, en espera siempre del visitante adecuado o del huésped bienvenido. Seamos huéspedes de los libros. Nosotros no conocemos la estadía permanente, sólo el descanso adecuado en algún escalón de esta pendiente literaria (ahora menos breve e imperecedera).

Sin embargo, al igual que la vigilia los sueños son finitos. De ellos sólo quedan memorias fragmentadas pero sustanciales; otras veces, lúcidas. Los libros, al igual que los sueños se alimentan de la cultura, ese toldo bajo y sobre el cual vive la sociedad. El viajero literario sale de su biblioteca y convive con la cultura; afuera encuentra a más viajeros y, de vez en cuando, consigue las instrucciones para llegar a otros acervos literarios, pues en el librero, entre los libros y soportalibros, permanecen los sueños de Otros.

Leer un libro es ausentarse, como cuando se viaja. Leer un libro es resistir a la vigilia, es encontrarla, como en los sueños, menos insípida.

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