por José Calderón Mena
El oficio actoral es una de las disciplinas artísticas que han
acompañado al ser humano a lo largo de toda su historia.
Con toda seguridad tiene su origen en los juegos infantiles.
Antes de aprender a leer y a escribir jugamos a actuar y a dibujar. Todos somos
pintores y actores y ejercemos gozosamente esa libertad que vamos perdiendo con
los años.
Tal vez perdamos el interés o la destreza para el dibujo, pero
seguimos actuando a lo largo de nuestra vida según sea el interlocutor que
tenemos enfrente: somos uno delante
de nuestros padres, otro delante de
nuestros hijos, de nuestros jefes, de nuestros amigos, etc. Es un comportamiento
inconsciente pero real, no necesariamente poco auténtico sino humano.
Cuando se tiene el gusto o la vocación por el ejercicio
dramático, el actor debe someterse a una serie de técnicas para aprender, hacer
propias, toda una gama de emociones humanas, y poder transmitirlas al
espectador y que éste las perciba como auténticas.
Se dice del actor que es un ser humano inadaptado y neurótico,
inconforme de ser quien es y por eso quiere ser siempre otro.
Dice Albert Camus: "El actor es un ser existencial:
mientras está en escena está vivo, fuera del escenario, sin empleo, está
muerto. El actor es un ser absurdo por excelencia que, no contento con llevar a
cuestas su propia piedra, carga con las de todos los personajes que representa,
sólo vive mientras pisa las tablas del escenario".
Nada más cierto y más cruel: el proceso artístico creativo del
actor es él mismo: es su propia hoja en blanco, su propio lienzo vacío. Cuando
culmina su creación, se desvanece.
Recibe el aplauso a su esfuerzo, el reconocimiento a una
catarsis momentánea y desaparece.
Existen en la memoria documental y colectiva los nombres de los
grandes dramaturgos: de Sófocles y Esquilo hasta Shakespeare y Lope, de
Moliére, de Ibsen de Miller, de Williams, de todos; pero ¿quién recuerda a los actores?
El cine y las autobiografías nos reportan algunos, pero la mayoría está en el
olvido, a pesar de ser la pieza más importante en una representación teatral.
Lo dijo hace años Jerzy Grotowsky en Hacia un teatro pobre: "Para que el teatro exista puede
prescindir de casi todo: de obra, de local, vestuario, maquillaje, luces,
tramoya, de todo: menos de un actor y un espectador”.
* * *
Fotografía
de Javier Lester Abalsamo
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