por Avelino Gómez
A dos calles de mi domicilio, en la fachada de una
modesta casita de una planta, alguien colocó un colorido cartel rotulado con
grandes letras. En él, se oferta un servicio a los vecinos. El anuncio,
textual, dice: “Se ensayan valses a domicilio/ Informes aquí”.
Podría jurar que el cartel no estaba ahí la semana
pasada. Si acaso lo colocaron hace dos o tres días. Es tan visible que toda
persona que camina, o pasa en coche por esa calle, no puede evitar leerlo. En
mi caso, ha sido un poco peor: no consigo alejar de mi memoria la imagen de ese
letrero. El cartel no ha parado de bailar un eterno vals vienés en mi cabeza
desde hace dos días.
Supongo que, para quien colgó el letrero, el
impacto-beneficio será fuerte, porque los habitantes de mi colonia tienen una
notable proclividad a celebrar los quince años de las jovencitas en fiestas que
ameritan cerrar calles. Se añade el hecho que las celebraciones son sonorizadas
con treinta bocinas que emiten un sonido horrible y repetitivo y que, a juzgar
por el comportamiento de la gente cuando lo escucha, es música bailable.
Por
entendido no daré detalles de la cantidad de mesas y sillas que se instalan, de
banqueta a banqueta, sobre el arroyo de la calle. Pero imagino que ahora,
gracias a los servicios de alguien con espíritu emprendedor, las fiestas de Quince Años lucirán
más formales y bonitas, haciendo que la celebrada ejecute, acompañada de sus
damas y chambelanes, un vals de 30 minutos. No me quejo, seguramente esto es
una especie de avance.
Pasado
el tiempo, a las mamás de las quinceañeras se le prenderá el foco y decidirán
que danzar un vals en la calle no es algo propio para una jovencita que recién
se incorpora a la vida social de los adultos. Por consiguiente, es probable que
las mamás de las jovencitas quinceañeras optarán, en el futuro, por organizar
el ágape en salones de fiestas, los cuales, dicho sea de paso, tienen grandes y
lustrosas pistas de baile.
En
nuestra colonia iremos pues mejorando la convivencia vecinal, gracias a la
persona que ensaya valses a domicilio. Y ahora me pregunto por qué a nadie se
le había ocurrido antes ofrecer un servicio así. Veamos: según el último censo
del INEGI, en nuestra zona postal tenemos, por cada cuadra, un promedio de 22.5
jovencitas a punto de cumplir quince años. Ese es un potencial de mercado y
clientela notablemente alto. Las oportunidades para emprender negocios
relacionados con los servicios a fiestas de quinceañeras son sumamente alentadoras.
Y, como ya lo he dicho, esta es una colonia esencialmente fiestera y cada uno
de sus habitantes cultiva un marcado gusto por el baile, así sea de pasito
duranguense.
Según
los descendientes de las familias fundadoras, cuando se empezaron a edificar
las primeras casas del rumbo y se hicieron las excavaciones de cimentación, los
albañiles encontraron, casi a flor de tierra, figuritas de barro que
representaban a dos perros calvos bailarines. Claro, esas son piezas prehispánicas que
abundan en la región, pero los vecinos aseguran que aquí, en nuestra colonia,
“estaba la mera mata” de quienes criaban perros con el único fin de enseñarlos
a bailar. Por eso, apuntan, la nuestra es una colonia bailadora, y no pasa un
fin de semana sin que se cierre alguna calle para hacer una fiesta.
Por
mi parte, digo que vivir aquí es como habitar el set de filmación de West side story. Si a algún
director de cine se le ocurriera hacer un musical, creo que no encontraría
mejor locación que esta colonia. Al momento que escribo esto, por ejemplo, los
vecinos ya cerraron nuestra calle y han instalado un sofisticado equipo de
sonorización. Por supuesto, tendremos fiesta y baile. Si justo ahora me asomara
a la acera, vería que allá afuera todos caminan a pasitos pausados, mientras
truenan sus dedos rítmicamente.
* * *
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