por
Mario
Note Valencia
Tengo 24 años y puedo decir que alguna vez
me he enamorado. No es la gran cosa, pero la noticia, si se reflexiona, invita
a pensar en la necesidad que tenemos los humanos, algunas veces, de creer en
eso que llamamos continuidad de la
especie. Continuidad, ya se sabe, ilusoria, pues engendrar no es perpetuarnos, pero
cuando hacemos el amor lo demás ya está dicho: fingir que nos prolongamos,
mujer, como para mirarte luminosa entre las vetas oscuras de la habitación que
nos refugia. Sin embargo, cuando no estamos en la cópula instantánea,
lo demás es una suerte de errancia distendida en la búsqueda por el encuentro,
la concordancia, la confluencia de explicaciones quijotescas sobre las que
ponemos voluntad al universo y sus conspiraciones.
En tu espalda encontré, alineada, una
constelación hecha de lunares, supe entonces que estaba destinado a dar fuego,
por aquello de que sagitario es pura sombra de aire y cenizas. No sé qué animal
soy en el horóscopo chino, pero supongo que debería ser una especie de
sincretismo entre hombre y animal, como los sátiros de la antigua Grecia. En la
cosmogonía nahua busqué mi dirección y di con que soy ollín, es decir, movimiento. Ni esto ni lo otro ayudan tanto si en
el amor auténtico por los viajes se olvidan manuales y conjeturas.
De un viaje a otro, creo que ya lo he
dicho en otras conversaciones, me dedico a reconocer los síntomas de las
ciudades que visito. Hay señales que la ciudad nos coloca en el camino y basta
con tener suficiente amor y delirio para advertirlas, dormir y amanecer con
ellas. A veces puedo sostener una ciudad en los últimos momentos, o una
estancia de tres semanas me descubre como el habitante de un amor
inconmensurable y vagabundo. Sólo este amor por las ciudades disemina los límites
especificados en el Kama Sutra, en la que una mujer vaca no podría vivir satisfecha
con un hombre galgo, corredor.
Somos insuficientes para las ciudades,
como para aquella que Italo Calvino describió y que atosigaba a los viajeros atolondrados,
volviéndolos esclavos de su belleza. Sospecho que uno de los dolores de los
enamorados consiste en reconocer que no somos los primeros en explorar ni que los
demás están libres de indulgencias del pasado; pero ante ello surge una vaina
reveladora: puedes volver a fundar, renombrar las calles, hacerlas tuyas,
ganarlas y perderlas. Una vez, mientras paseaba con la noche sobre mis hombros,
la Ciudad me dijo al oído: “No intentes sujetar las calles”. Entonces la perdí,
naturalmente.
Creo que el amor consiste en la
correspondencia, una suerte de serendipia más que una insistencia por querer y
que te quieran. De esa manera el amor no sólo es filial a las personas, sino a
los objetos mismos (sin contar el fetiche) y a las escenas inauditas de la vida
cotidiana. Me puedo enamorar de un evento del cual fui testigo o partícipe, así
como de un hábito, como viajar, que renueve mi estadía en el mundo. Me puedo
enamorar de tu manera como desayunas todos los días, o de tu asombro sobre
cosas a las que nadie más, en mi camino, he visto nombrar a tu manera.
Cotejo, ahora, algunas visiones cotidianas
sobre el amor con las que no estoy de acuerdo:
a) Del
odio al amor hay un paso. Supongo que quienes la dicen no odian de verdad o
nunca se han enamorado en serio, porque si no: ¡cuántos amores he dejado ir! (Risas). Hay quienes perdonan pero no
olvidan; a lo mejor, como contaba un comediante, me pasa al revés: odio a ciertas
personas, pero no me acuerdo por qué.
b)
Déjalo ir. Si regresa es tuyo; si no, nunca lo fue. Qué ocio de andar
indagando en donde no hay nada que hacer. Si se fue, se fue. No hay ciencia. Si
regresa, le gustó cómo cocinas.
c) El
primer amor es siempre el verdadero. Qué visión tan reducida: la madre
naturaleza nos perdone por encontrar después amores falsos. En dado caso, esto
sólo se lo creo a Dante Alighieri.
ch) La
“ch” no es una letra, no te hagas ilusiones.
d) El
amor duele. No, definitivamente no, porque entonces no es amor ni mucho
menos. Lo que duele es creerse un mártir y darse cuenta de que esa actitud, por
lo demás fastidiosa, al final no sirve de nada.
e) Las
peleas entre parejas son normales, son parte de la madurez de la relación. ¿Entonces
el amor, como con Cristo, evoluciona a base de sufrimiento? (A la Madre Teresa le
gusta esto).
f) Si te ama de verdad, va a aceptarte con todo
y tus defectos. Bueno, entonces busca una persona lo suficientemente estúpida.
(Véase: Supuestos defectos de la personalidad).
g) Recordar
experiencias pasadas. Además de ser un mal gusto, denota la insania
psicológica de quien tiende a suponer que como le fue le irá. Qué egocentrismo.
Nietzsche habló al respecto: de un amor a otro sólo sobreviven unas pequeñas
ramitas, nada más.
h) Fidelidad.
Sobre esto podría surgir un texto independiente, sólo adelantaré (si llego a
escribirlo) que la fidelidad está asociada con el enorme deseo que tenemos por
una persona. Por ejemplo, si me encantas, no me gustaría perder el tiempo buscando
a alguien más. Esto, a menos que sea Florentino Ariza, de El amor en los tiempos del cólera, en la que para sobrevivir más de
50 años de espera, tuvo que verse en el ir y venir de amores carnales y
fugitivos.
La espera y la paciencia son ahora, entre tanta
rapidez abominable, aptitudes valiosísimas. Sólo un enamorado sabe esperar
hasta que el deseo desaparece. Cuando se va el deseo, no hay nada que hacer.
Ocurre por dos motivos: por simple fugacidad o por no haber cuidado la
renovación del deseo. El deseo, alimento del amor auténtico, puede durar una
hora, un día, una semana, un mes, diez años… No se le puede obligar al Otro a
que nos desee, o que permita que su amor se transfigure sin nosotros. No hay normas
ni leyes, es un juego; el amor es un accidente.
Por otro lado, es también válido confesar “estoy
enamorado(a)”. Sólo quien esté enamorado que arroje la primera señal, de una
serie de hábitos increíbles: comer a gusto, sonreír a fondo, cuidarse mucho o ver
con estoicismo las inclemencias del trabajo y de los días. Traigo, a propósito
de escopeta, una visión que hace sufrir a los más susceptibles:
i) No
es posible que puedas cambiar el amor que sentías por mí de la noche a la
mañana. Tengo una noticia: así como aparece el deseo, se va (si es que se
va). No intentes sujetar las calles, me lo ha dicho una ciudad.
Disfruta el momento: así la búsqueda, el
riesgo y la espera. Hay que estar a la altura de las circunstancias. Necesitamos
más locos enamorados que pueblen las calles de la ciudad. Incluso, sólo
plantaría un árbol (o dos) porque sé que los enamorados buscan la oscuridad y
la sombra. A los enamorados les pertenece el mundo, el derecho de procrear y
vivir la ilusión de la continuidad. No
hay que interrumpirlos, dejemos que se vayan y se escondan, se chupen y se muerdan
o, como Sabines, “se maten el uno al otro”.
Hay cada tipo de amor y de loco. Me casé
con la literatura hace muy poco tiempo; es un amor que comparto y se lleva bien
con mi amor por las ciudades y los cuerpos. Todos los días me exige ser un buen
lector, como un buen viajero. La llevo en mi mochila de viaje, me acompaña y la
siento en mis sueños. Ella me abrazó y me dejó llorar tendido, al contarle del
dolor que sentí por aquello que la Ciudad me musitó al oído, paseando con la
noche sobre mis hombros, tu recuerdo en mi cabeza. Por ese motivo guardo en el
amor, como en los negocios, la enseñanza que aprendí de Groucho Marx cuando fue
increpado por cobrar un servicio: “Señor, yo no trabajo por amor al arte; una
vez me enamoré y fue un mal negocio”. (Risas).
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