por
Juan
Ernesto Corona Maldonado
En este preciso instante, luego de haber
cursado cuatro semestres de mi licenciatura y de practicar impartiendo clases a
alumnos de secundaria, me encuentro en la necesidad de reflexionar acerca de mi
futuro profesional, es decir: ¿realmente quiero dedicarme a la docencia para toda
la vida? Responder a la pregunta no es nada fácil, por lo que tendré que analizar
varias situaciones a las que me he enfrentado.
La vida de un practicante suele ser
difícil, incluso más como la cuentan en las calles de la ciudad. “Ellos tiene a un maestro que les ayuda,
¿acaso no pueden solos?”, es tan sólo
uno de los tantos comentarios que podrán escuchar de los practicantes, pero la
realidad es que no se puede ejercer la autoridad tal y como la hace el maestro
titular, porque los alumnos, incluso nosotros mismos, los practicantes, tenemos
la idea de que sólo hay un maestro para los estudiantes (o en el caso de la
secundaria, uno por cada materia). Entonces, en la mente de los alumnos surge
la pregunta ¿por qué ahora nos presentan a un muchacho que dice ser “practicante”
pero que aún no es un maestro? Es ahí la causa de que el diario de prácticas se
convierta en nuestro confidente y, en palabras de Homero, el inicio de nuestra
odisea.
Durante el periodo de prácticas son
numerosas las adversidades a las que nos debemos enfrentar, como cumplir con
los deberes de la facultad y los que demanda la escuela secundaria (como si no
fuera suficiente la vida de un estudiante universitario), asimismo los días en
que los alumnos simplemente no les apetece trabajar en la clase del practicante
o las largas horas de planeación, hasta con material didáctico, para que en
menos de 50 minutos te la “tumben” y, si eso no es suficiente, te generan
un ardor en la garganta ocasionado por los gritos de autoridad (que más bien
parecen de clemencia por uno mismo). Al final del día sólo quieres llegar a tu
habitación y dormir, pero recuerdas que aún tienes tarea que hacer, así que con
gran fuerza de voluntad ni siquiera volteas a ver la cama para no caer en la
tentación.
Hoy en día, la situación a la que se
enfrentan los maestros es inverosímil, ya que la cantidad de prestaciones se
han reducido en número y el tiempo laboral ha aumentado; agreguemos ciertas evaluaciones
injustas y no menos importante el desprestigio frente a la sociedad.
A pesar de todo, me es grato decir que
estoy feliz con la profesión que he elegido; no me arrepiento desde el momento en
que egresé del bachillerato y decidí estudiar esta licenciatura.
Las experiencias que me han brindado las
prácticas han sido bastas, tanto la organización como la paciencia. Del mismo
modo, la empatía hacia el hecho de que todos aprendemos de maneras y ritmos
diferentes, que las necesidades son distintas en todos los alumnos, y que todos
y cada uno de ellos requiere nuestra atención y comprensión.
Es por ello que al terminar el día,
dejando de lado el cansancio, me queda la satisfacción de que hoy todos los
estudiantes estuvieron atentos y participativos; me dicen con euforia que ya
entendieron el tema o mencionan que quisieran que yo les siguiera impartiendo
clases. Todas estos motivos son las recargas de energía para seguir
preparándome y esforzándome, para dar lo mejor de mí y, de esa manera, ellos estén
preparados para el futuro.
Por último, sé que el camino es difícil,
pero con entusiasmo y motivación seguiré enseñando matemáticas.
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