por Rafael Frank
a prune is not a vegetable
cabbage is a vegetable
F. Zappa
Al tercer día en la Ciudad del Arte, los esbirros de Seguridad Pública me mostraron un performance para iniciarme en una vida nueva como agente –bacteriano– cultural. El derrape de sus llantas y escandalosas sirenas habrían causado envidia hasta al mismísimo Pierre Schaeffer. Tan increíble fue su instalación escénica que fui a esconderme al último rincón de las habitaciones. Los mitos eran reales: todos en Colima son artistas de corazón noble.
Mi auténtica bienvenida la obtuve, sin embargo, mientras recorría los parques.
Me acerqué a un racimo de gente, entre cocos, un proyector y adoquines
instalados, un adulto joven que vi
llegar desde metros atrás, de pronto comenzó a gritar hincado en el suelo,
mientras la artritis se apoderaba de sus dedos. Ah, monsieur, l’art coconut. En aquellas fechas no encontré sentido
al acto y no quise juzgarlo. Un amigo exiliado y yo nos divertimos imaginando
que podríamos imitar el performance de esta manera: un comensal del restaurante
se levanta de su mesa y grita “¡calzones!” mientras se arrodilla como
implorando a algún dios inmortal. Jung, me tienes hastiado de sincronicidad;
durante una especie de concurso arbitrariamente poético fue premiada una mujer
que se agitaba bailando reggae sin perder el tiempo en desnudarse y vociferar
sinónimos arcaicos.
En alguna ocasión me ofrecieron
dinero por publicar poemas en un suplemento de fama universal (porque la
burbuja que rodea el arte en Colima es más grande que el Big Bang). El
estafador que se hacía pasar por agente literario pretendía venderme para su
beneficio, por medio de su recomendación y hacerme creer, de esa forma, que sin
su permiso no se entraba al mundillo de las letras en el Estado. No acepté el
negocio, no publiqué, porque todavía podía pagarme doce tacos tuxpeños. La
noticia de mi actitud renuente corrió como salitre y la vaina de mineral blanco
me cayó encima en su intento desesperado de ocultarme. Eventualmente dejaron de
llegarme al hospital las invitaciones para ingresar proyectos a becas y
subsidios, festivales, entre otros acontecimientos de la vanguardia
independiente artística.
Hey, moro,
¿dijiste vanguardia independiente? Lo dije. Dicen que los artistas
colimotes llevan grabada, en los barriles de su espina dorsal, la palabra independiente. Así es como van por la
vida, es cierto, obras varias que auspició el Estado llevan, como la irónica
firma de Satanás, el mote de vanguardia
independiente. Se les oía proclamar esa independencia hasta en conferencias
públicas y presentaciones de libros, donde el técnico de sonido curiosamente
llevaba una camisa polo con el bordado de Secretaría de Cultura. Además, no se
diga, aquellos cuya alcurnia podía pagar un viaje a Francia volvían diciendo
que el señor Eiffel rompería paradigmas arquitectónicos, o afirmaban que
Isadora Duncan montaría coreografía con Gaudí como primer violín de la
orquesta. Say no more, say no more, la vanguardia es así.
Como toda civilización enferma de
modernidad, la sociedad ejerce cambios. Fue de tal manera que llegaron, o
gracias al calor salieron de sus escondites, los diletantes. En dos o tres
pasos la burbuja del arte se empañó y no miró más hacia el exterior. Los
efectos fueron variados, como que algunos talleres literarios no pasaron de ser
una comedia stand up donde los
asistentes reían por la nariz. Los tornillos que no supe acomodar cuando reparé
el tanque del retrete los amarré con tocino y me permitieron montar una
exposición fotográfica sobre el obsoleto Y2K.
Imagino el problema que esto representa para el censo: 11 de cada 10 habitantes
son poetas, 21 de cada 20 son artistas. Un amigo mío, muy aficionado a la
filosofía, imaginaba que al caer un coco, del interior no brotaba agua sino
artistas.
Entre aquella agitación, supe de
algunos entes satelitales que ejercían el oficio de artista, daban golpes duros
y no dependían del Estado, aunque ocasionalmente fueran invitados al evento
oficial en turno; por ejemplo, don Corleone acariciando el lomo de los
cachorros de la vanguardia independiente. Alguna vez, ya empañada, la burbuja
abrió una compuerta, así pude ver un concierto de música experimental de un
pianista extranjero que hizo el 4′33″ de Cage; por supuesto, los espectadores no comprendieron ni el diez
por ciento del recital. Vaya, incluso los vanguardistas diletantes y atrevidos se
espantaron. Aquel tipo de obras y artistas fueron desplazados y no los vi más
por aquella ciudad. Del mismo modo, los subsidios estatales para el arte se
volvieron ridículos, al grado que entregaron algunos por mera invitación,
lejos, muy lejos del concurso que la institución oficial pregona. A todos les
borraron la memoria, según parece, pero en una mesa de clericot un escultor
confesó sin pena (o bajo la pena de Baco) cómo fue invitado por los gendarmes
culturales para cubrir con modelos de arcilla las paredes de las oficinas
institucionales recién remodeladas, así cubrían el gasto de la beca y
conseguían que no cayera en manos de algún migrante bisnieto de Zappa.
El subsidio o beca (como usted guste)
cambió, hace un par de años, su nombre de feca
por pecda, trato de adivinar las
siglas y quiero poner una queja por falsa publicidad. Los diletantes que eran
retoños han crecido y ahora son aprobados y podados por la máquina cultural del
Estado. Veo también participantes repetidos en subsidios anteriores,
consecutivos, otros que brincan de categoría en categoría. Según mi
experiencia, en tal entorno he buscado un sentido a las siglas y mi propuesta
final fue llamarle Performance
E del Calzón Diletante Artesanal; tengo un amigo más creativo y me sugirió
estos nombres: Para Estos Curtidos
Diletantes de Ahora, Para Empezar Colima Daba Artistas, Por Esto Colima Da Anchoas. Quedo
abierto a sugerencias, y si el lector tiene nombres más adecuados para el pecda, no dude en escribirme al buzón de
La Cultura Efímera.
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