miércoles, 14 de septiembre de 2016

Invernadero de la Vanguardia Diletante

por Rafael Frank

a prune is not a vegetable
cabbage is a vegetable
F. Zappa

Al tercer día en la Ciudad del Arte, los esbirros de Seguridad Pública me mostraron un performance para iniciarme en una vida nueva como agente –bacteriano– cultural. El derrape de sus llantas y escandalosas sirenas habrían causado envidia hasta al mismísimo Pierre Schaeffer. Tan increíble fue su instalación escénica que fui a esconderme al último rincón de las habitaciones. Los mitos eran reales: todos en Colima son artistas de corazón noble.

Mi auténtica bienvenida la obtuve, sin embargo, mientras recorría los parques. Me acerqué a un racimo de gente, entre cocos, un proyector y adoquines instalados, un adulto joven  que vi llegar desde metros atrás, de pronto comenzó a gritar hincado en el suelo, mientras la artritis se apoderaba de sus dedos. Ah, monsieur, l’art coconut. En aquellas fechas no encontré sentido al acto y no quise juzgarlo. Un amigo exiliado y yo nos divertimos imaginando que podríamos imitar el performance de esta manera: un comensal del restaurante se levanta de su mesa y grita “¡calzones!” mientras se arrodilla como implorando a algún dios inmortal. Jung, me tienes hastiado de sincronicidad; durante una especie de concurso arbitrariamente poético fue premiada una mujer que se agitaba bailando reggae sin perder el tiempo en desnudarse y vociferar sinónimos arcaicos.

En alguna ocasión me ofrecieron dinero por publicar poemas en un suplemento de fama universal (porque la burbuja que rodea el arte en Colima es más grande que el Big Bang). El estafador que se hacía pasar por agente literario pretendía venderme para su beneficio, por medio de su recomendación y hacerme creer, de esa forma, que sin su permiso no se entraba al mundillo de las letras en el Estado. No acepté el negocio, no publiqué, porque todavía podía pagarme doce tacos tuxpeños. La noticia de mi actitud renuente corrió como salitre y la vaina de mineral blanco me cayó encima en su intento desesperado de ocultarme. Eventualmente dejaron de llegarme al hospital las invitaciones para ingresar proyectos a becas y subsidios, festivales, entre otros acontecimientos de la vanguardia independiente artística.

Hey, moro, ¿dijiste vanguardia independiente? Lo dije. Dicen que los artistas colimotes llevan grabada, en los barriles de su espina dorsal, la palabra independiente. Así es como van por la vida, es cierto, obras varias que auspició el Estado llevan, como la irónica firma de Satanás, el mote de vanguardia independiente. Se les oía proclamar esa independencia hasta en conferencias públicas y presentaciones de libros, donde el técnico de sonido curiosamente llevaba una camisa polo con el bordado de Secretaría de Cultura. Además, no se diga, aquellos cuya alcurnia podía pagar un viaje a Francia volvían diciendo que el señor Eiffel rompería paradigmas arquitectónicos, o afirmaban que Isadora Duncan montaría coreografía con Gaudí como primer violín de la orquesta. Say no more, say no more, la vanguardia es así.

Como toda civilización enferma de modernidad, la sociedad ejerce cambios. Fue de tal manera que llegaron, o gracias al calor salieron de sus escondites, los diletantes. En dos o tres pasos la burbuja del arte se empañó y no miró más hacia el exterior. Los efectos fueron variados, como que algunos talleres literarios no pasaron de ser una comedia stand up donde los asistentes reían por la nariz. Los tornillos que no supe acomodar cuando reparé el tanque del retrete los amarré con tocino y me permitieron montar una exposición fotográfica sobre el obsoleto Y2K. Imagino el problema que esto representa para el censo: 11 de cada 10 habitantes son poetas, 21 de cada 20 son artistas. Un amigo mío, muy aficionado a la filosofía, imaginaba que al caer un coco, del interior no brotaba agua sino artistas.

Entre aquella agitación, supe de algunos entes satelitales que ejercían el oficio de artista, daban golpes duros y no dependían del Estado, aunque ocasionalmente fueran invitados al evento oficial en turno; por ejemplo, don Corleone acariciando el lomo de los cachorros de la vanguardia independiente. Alguna vez, ya empañada, la burbuja abrió una compuerta, así pude ver un concierto de música experimental de un pianista extranjero que hizo el 4′33″ de Cage; por supuesto, los espectadores no comprendieron ni el diez por ciento del recital. Vaya, incluso los vanguardistas diletantes y atrevidos se espantaron. Aquel tipo de obras y artistas fueron desplazados y no los vi más por aquella ciudad. Del mismo modo, los subsidios estatales para el arte se volvieron ridículos, al grado que entregaron algunos por mera invitación, lejos, muy lejos del concurso que la institución oficial pregona. A todos les borraron la memoria, según parece, pero en una mesa de clericot un escultor confesó sin pena (o bajo la pena de Baco) cómo fue invitado por los gendarmes culturales para cubrir con modelos de arcilla las paredes de las oficinas institucionales recién remodeladas, así cubrían el gasto de la beca y conseguían que no cayera en manos de algún migrante bisnieto de Zappa.

El subsidio o beca (como usted guste) cambió, hace un par de años, su nombre de feca por pecda, trato de adivinar las siglas y quiero poner una queja por falsa publicidad. Los diletantes que eran retoños han crecido y ahora son aprobados y podados por la máquina cultural del Estado. Veo también participantes repetidos en subsidios anteriores, consecutivos, otros que brincan de categoría en categoría. Según mi experiencia, en tal entorno he buscado un sentido a las siglas y mi propuesta final fue llamarle Performance E del Calzón Diletante Artesanal; tengo un amigo más creativo y me sugirió estos nombres: Para Estos Curtidos Diletantes de Ahora, Para Empezar Colima Daba Artistas, Por Esto Colima Da Anchoas. Quedo abierto a sugerencias, y si el lector tiene nombres más adecuados para el pecda, no dude en escribirme al buzón de La Cultura Efímera.

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