miércoles, 24 de julio de 2013

La violencia de reconocerse en la mirada

por Mario Note Valencia


En un debate acerca de la violencia, los participantes comentaron sólo a través de la perspectiva física de los golpes, del lenguaje de exclusión o la fabricación de armas para la guerra. Eso fue, hasta que alguien más tomó la palabra para citar un poema en el que se describía la violencia con que un recién nacido irrumpe el vientre de su madre para salir al mundo. En ese momento, la violencia quedó en un plano más auténtico.

Aquel diálogo, por cierto, se abrió con la reflexión de un filósofo en el que describía la tensión inmediata que existe en el acto de mirar a otra persona. Mirar, pues, a los ojos como un acto de reconocimiento y de mutua confirmación de que, al menos, “yo no podría asesinarte; pero no sé si tú lo harías en contra mía”. En la mirada con el Otro*, sin duda, ambos pueden llegar a pensar lo mismo. Sin embargo, lo que no permite que uno le provoque violencia física al Otro es y ha sido la ética. En esencia, esa tensión, ese reconocimiento, es una manera de violentar nuestro entorno.

Así como el niño recién nacido violenta el mundo con su introducción al mundo, del mismo modo hay violencia en la manera en que nos comunicamos a través de la mirada: entrar en la vista de alguien más. Si observamos bien, quizá la ver como “hermoso” la violencia iluminada del parto, se acompaña de la noción de que allí nace, y viene a nosotros, un ser en el que quizá algún día nos podríamos sentir reconocidos.  Hace falta la voz de alguien más para que diga que existimos, para que nos nombre.

Sólo en el diálogo encontramos el reconocimiento, sólo en la comunicación con el Otro sabemos que ‘somos’. Esto lo dijo un filósofo alemán, al mismo tiempo que afirmaba que el ser humano es, por naturaleza, un ser violento. El lenguaje de la palabra, y el hecho de ejercerla, también es una manera de violencia, cuyo rompimiento, igual que en el parto, da a luz a un conocimiento nuevo. Los nombres de las cosas, para señalarlas y reconocerlas, provienen de este tipo de violencia. La palabra, el discurso, es una forma de violentar nuestra lengua con el pensamiento. No habría este tipo de rompimientos si no hubiera un motivo soberano: el de entablar diálogo con el Otro.

Los objetos que utilizamos (hasta los más naturales) son violentados en el mismo momento en que ‘nos sirven’ para algo. La utilidad proviene de un sobre-entendimiento, y de un sentido de conocerlo. Así que estar en el plano del conocimiento consiste en haber ranurado la corteza, el límite.

Con buena suerte y esfuerzo, quizá volvamos a experimentar el rompimiento del vientre, a salir de un claustro en el que se ha pasado suficiente tiempo, y el gran tamaño de nuestro espíritu exige, con natural violencia, ocupar un espacio en otro lugar. No olvidemos que, después de eso, estaremos en el mundo que siempre nos espera, y con el único mundo en el que podemos saber que somos. Honestamente.

*Cuando hablamos de “el Otro” (con inicial mayúscula), aquí nos referimos a las esencias vivas, las dotadas de razón humana: una persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario