domingo, 21 de julio de 2013

Niño por un día

por Itzayana Delgadillo


Hace unos días, mientras observaba a los niños jugar en el parque, descubrí que me había olvidado de lo que es divertirse despreocupadamente, ¿tú lo recuerdas?

Cuando era pequeña me encantaba jugar en la tierra, arrastrarme en el suelo y ni qué decir de los pasteles de lodo; sí, hoy suena un poco asqueroso, pero cuando era pequeña la verdad es que eso no me importaba. Aún recuerdo a mi abuela regañarme por usar sus plantas para jugar a la comidita, a mis hermanos jugando futbol conmigo en la lluvia y  a mi madre regañándome porque dejaba asquerosa la ropa; ésa sí era vida.

Ahora dejo que la etiqueta de “adulto” me absorba: vivo los días muy de prisa, siempre tengo demasiadas cosas por hacer y casi siempre estoy cansada; pero lo peor de permitir que lo adulto me domine, es que las reglas que rigen este tipo de vida marcan la mía y, me temo, ya no disfruto de algunas cosas como cuando era pequeña.

Sin embargo, después de observar a los niños divertirse, decidí tomarme un día para volver a disfrutar la vida como enano. Ventajosamente tengo tres hermanos menores que facilitaron mi aventura y con ellos jugué a redescubrir el mundo: fuimos piratas que navegaban por el maravilloso mar azul,  astronautas que viajaban entre estrellas, conductores de carros de carreras, chefs de un famoso restaurante (sí, hice muchos pasteles de lodo), también fuimos soldados, futbolistas y buzos. De igual forma, comimos demasiados dulces, disfrutamos de un frutsi congelado, nos revolcamos en el lodo y tuvimos una guerra de globos de agua.

Al final del día, tenía la cara y la ropa llenas de lodo, sólo que esta vez mi mamá ya no estaba regañándome; al contrario, pude notar cómo su mirada se llenaba de ternura, pues a pesar de mi edad, ella siempre me ha visto como su bebé. Después de un baño, nos sentamos en familia a ver “Buscando a Nemo”, mamá nos consintió con un poco de chocolate caliente y papá me acurrucó entre sus brazos, debo decir que es una maravilla ser o sentirse niño.

Cuando se es niño, las preocupaciones son menos, los prejuicios no te afectan –bueno, no tanto–  y todo pasa más rápido. Los niños tienen la habilidad de perdonar los errores, de aprender con facilidad, de curar  heridas, de regalar sonrisas y de dar felicidad; no digo que los adultos no lo hagan, los niños hacen que todo parezca muy fácil y hay cosas que a los adultos, y a los no tan adultos, se nos complican un poquito.

Propongo que una vez al año –por lo menos– nos tomemos un día libre y lo disfrutemos como niños. Lo cierto es que para disfrutar la vida como niños, no hay necesidad de embarrarnos con lodo (aunque eso hace que todo sea más divertido, no es necesario), pero para escaparnos de la vida adulta –aunque sea por unos segundos– lo único que se necesita es caminar por la línea amarilla de las banquetas, ver y disfrutar de una película infantil, saborear una golosina o disfrutar de un día de lluvia (me refiero a salir y caminar –o bailar– bajo la lluvia), no es tan difícil y la satisfacción que eso te da  mejora tu vida de manera significante.

Sentirse niño de nuevo es mirar las cosas de diferente manera, es ir más despacio, es observar cuidadosamente las huellas que vas dejando en la tierra. Sentirse niño es re-descubrir el mundo y darte cuenta de que las cosas no van tan mal como parece. Sentirse niño es creer en la magia y dejar que esa magia ilumine tu vida; anímate a vivir la vida como un niño. 

2 comentarios:

  1. Es cierto, siempre extrañaremos la niñez. No es que yo sea una adulta, pero ya no hago las cosas que hacía antes y a veces también extraño jugar con mis hermanas a la tiendita.
    Algunas personas, cuando crecen, piensan que la niñez ya pasó y se aferran con todas las ganas a su nueva vida de adulto, pero creo que el que haya pasado no significa que se haya consumado por completo, y qué mejor ejemplo que la experiencia que nos compartiste.

    Cuando era pequeña hubo un tiempo en que veía a mis padres y deseaba con todas mis ganas crecer y hacer lo mismo que ellos, ahora me doy cuenta que con la distancia de los años se ven las cosas con otra perspectiva. En ese entonces no sabía lo bien que estaba así, y tal vez, no lo sabía valorar.

    Saludos Itzayana, fue un gusto haberte leído.



    Montse Jiménez.

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  2. ¡Cierto! Cuando somos niños, queremos ser adultos y cuando somos adultos, nos olvidamos de pequeñas cosas que antes nos hacían felices y como mencioné, ya no disfrutamos de las cosas simples y sencillas, bueno a mí me pasa eso.

    Creo que el hecho de ser adultos no tendría que marcar el fin de la infancia. Me parece que hay cosas que podemos ver y disfrutar como niños y hay cosas en las que definitivamente tenemos que actuar como adultos. Todo es cuestión de mantener un balance entre nuestro adulto externo y nuestro niño interno.

    Muchas gracias por compartir tu opinión.

    ¡Saludos Montse!

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