por
Mario
Note Valencia
Hasta el día de hoy caí
en la cuenta de que la ciudad me mantuvo en la periferia. Como un nuevo
invitado en la casa, estuve en la antesala, antes de pasar a los lugares
íntimos: como el comedor, la cocina, el sanitario, las habitaciones (hay
lugares en las que el extraño nunca podrá explorar, y eso es comprensible). La ciudad
me recibió desde antes de que yo abordara el autobús hacia ella, y toda la
noche, durante el viaje, no soñé más que en las expectativas que formulé
semanas antes. Me vino también el recuerdo de dos años atrás y la difícil
experiencia que tuve durante una breve estadía. Ahora, en este nuevo viajar
hacia ella, las circunstancias y motivos son otros; se puede decir que la ciudad
iba por fin a entrar en mi pecho, definitivamente, y durante toda mi estancia yo
estaría desgranando su sustancia, la que pudiera, ya sin expectativas.
Así fue como se me han
ido borrando las expectativas, y el lugar de mi experiencia comenzó a llenarse
de instantes verdaderos. No es funcional llegar al lugar de la experiencia y
contar con que podamos expresar: “así me imaginé que lo sería”. La sorpresa
puede llegar de dos maneras: o somos tan ingenuos para no intuir lo común, lo
ordinario, o la ciudad a la que se viaja realmente no guarda nada metafísico
qué ofrecer; sin embargo, es probable que, ante opiniones negativas de las
ciudades, se encuentren con que son en realidad viajeros inadecuados.
No importa hacia dónde
y qué dirección se viaja, poner los pies sobre nuevas tierras implica el
sentido renovado de la experiencia. Recorrer las calles diciendo: “se parece
tanto al lugar donde vivo” cubre de una falsa impresión, provocada sólo por el
viajero; lo mismo sería si uno, en
cuanto conociéramos a una persona, le dijéramos que se parece tanto a otras
personas que conocemos, colocándoles al instante una máscara con anticipación. No
nos reservamos el hecho de pensar que cada persona es, en esencia, única. Los
espacios habitables también son únicos. Allí se ve, pues, una falta de respeto
al prójimo y a los espacios ajenos a nuestro conocimiento, por eso exhorto a
los lectores efímeros para que no lo hagan, o para que no compartan
experiencias con este tipo de viajeros que no pueden desprenderse de su tierra
materna. Además, por cierto, concordemos
algo real y seguro: si son malos viajeros, son malos residentes en su tierra.
Habrá, en cambio,
buenos residentes que sólo les haga falta acondicionar sus sentidos para
recibir los nuevos lugares. Esto no se logra antes de la experiencia, debe
haber una exploración real (buena o mala) y, como en mi caso, aprender si es
necesario de difíciles golpes hasta
sensibilizarme, hermanarme (si vale la expresión) con la ciudad.
Perderse en ella,
angustiarse los primeros días, sentirse en el exilio, o simplemente temerle a
la gente de la ciudad, ya es ganancia. No queremos llegar a una costumbre,
porque sería disfuncional acostumbrarnos a la paranoia. La paranoia causada por
las condiciones de la nueva ciudad constricciona la experiencia del viaje.
Aunque fuera el viaje hacia la provincia, la paranoia puede aparecer en la
imaginación de que la tranquilidad y el silencio es signo certero de que algo
anda mal. Como siempre, recordemos, no todos los lugares (pequeños o grandes)
tienen por qué parecerse entre sí. Tan sólo hagamos la prueba: mantengámonos un
tiempo en la periferia, como en los suburbios, y luego habitemos el corazón de
la ciudad. Los días y las noches tienen otras iluminaciones, otros matices de
silencio y bullicio.
No hace mucho, un
conocido se burlaba de otra persona que viajó a la India (es decir, al otro
lado del mundo) sólo para encontrarse con un paisaje muy parecido a su lugar de
origen, de manera que, al enviar fotografías de su nueva estancia, no se
encontraba (en apariencia) diferencia alguna con la ciudad que había dejado. Yo
esperaba que esta persona no se creyera en la creencia de que fuera así, pero,
desafortunadamente, fue esta misma persona que dio la idea a los demás acerca
de que su viaje “había sido en vano”. Entonces ¿qué tipo de extravagancias
deseamos encontrar en los viajes? En ese caso, basta con visitar los grandes
centros comerciales donde los aparadores (con luces e imagen) se renuevan de
acuerdo a las tendencias de la moda.
Para algunos viajeros los
atractivos de las ciudades han sido las mujeres, la condición
política y la expresión artística. En Tijuana
todavía hay turistas (en especial extranjeros) que por la noche salen en busca
de algún voceador que, afuera de bares, tugurios o men´s club, anuncien el tan mitificado “Donkey Show”. He sabido de
personas que abordan taxis y preguntan por lugares secretos donde realizan ese
tipo de presentaciones sexuales; los taxistas prometen llevarlos a un lugar en
las afueras de la ciudad fronteriza, donde sólo ellos están acreditados para
saberlo, pero cuando están solos en la carretera, estos precavidos conductores
asaltan a sus pasajeros, entonces en lugar de encontrar un “Donkey show”,
encuentran la mala experiencia de no intuir al mismo tiempo el hecho de que una
presentación de tales condiciones, estaría (más por higiene que moral) prohibido
por la ley. Sin embargo, las lenguas más sabias de Tijuana aseguran que hace
muchos años llegaron a realizar una presentación (incluyendo un “Dog Show”) en
un conocido bar del centro. Pura publicidad.
Quienes buscan este
tipo de extravagancias tienen con claridad una expectativa de la que no se
despegan hasta volverla real. El transcurso de ida se vuelve ansiedad. Los
espacios de las ciudades, las calles, se vuelven para ellos una especie de
caricatura, irreal, como una pintura surrealista que apenas acabada de pintar
la colocan verticalmente para que se escurra; cualquier movimiento puede ser
señal de lo que buscan. Piensan en una ciudad de la que pueden abusar como les plazca,
porque ellos son los viajeros y la ciudad está para servirles. Falso. La ciudad
hace lo posible para recibirnos, y si tenemos que esperar en la antesala,
debemos esperar antes de causar incomodidad por la impaciencia.
Esperar en la periferia
de la ciudad para poder entrar al centro lo he percibido como una purificación
y, al mismo tiempo, una preparación. Ahora veo que abordar directamente el
corazón de la ciudad hubiera sido un cúmulo de ansiedades, desorbitación
natural. En mi antigua estadía me entró la ciudad, como suele pasar, por la
ventana. Hoy me hospedo por la calle Bolívar, una calle, que hace una semana,
cuando pasé rápidamente, me pareció inhóspita. Pero esta mañana, después de
abandonar el pasado hotel, he podido beber el primer café de la ciudad, y he
podido entrar en la intimidad de la misma. El hotel es otro espacio por donde
se entra a la experiencia de la ciudad.
Honestamente.
Son unas percepciones muy lindas. Me gusta el respeto y lo considero un derecho de cada cual, tanto individuo como grupo, así como comunidad o ciudad. Por ello, es obligación que se nos respete, como al sitio donde nacimos, tanto como nosotros respetemos al resto. Creo que así nos procuramos un respeto a nosotros mismos. Muy interesante :)
ResponderEliminaratt: Reyna.
Un gusto que compartas tu percepción al respecto, estamos de acuerdo. Saludos.
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