sábado, 6 de julio de 2013

La ciudad: sobre el viaje y los tipos de viajeros

por Mario Note Valencia


Hasta el día de hoy caí en la cuenta de que la ciudad me mantuvo en la periferia. Como un nuevo invitado en la casa, estuve en la antesala, antes de pasar a los lugares íntimos: como el comedor, la cocina, el sanitario, las habitaciones (hay lugares en las que el extraño nunca podrá explorar, y eso es comprensible). La ciudad me recibió desde antes de que yo abordara el autobús hacia ella, y toda la noche, durante el viaje, no soñé más que en las expectativas que formulé semanas antes. Me vino también el recuerdo de dos años atrás y la difícil experiencia que tuve durante una breve estadía. Ahora, en este nuevo viajar hacia ella, las circunstancias y motivos son otros; se puede decir que la ciudad iba por fin a entrar en mi pecho, definitivamente, y durante toda mi estancia yo estaría desgranando su sustancia, la que pudiera, ya sin expectativas.

Así fue como se me han ido borrando las expectativas, y el lugar de mi experiencia comenzó a llenarse de instantes verdaderos. No es funcional llegar al lugar de la experiencia y contar con que podamos expresar: “así me imaginé que lo sería”. La sorpresa puede llegar de dos maneras: o somos tan ingenuos para no intuir lo común, lo ordinario, o la ciudad a la que se viaja realmente no guarda nada metafísico qué ofrecer; sin embargo, es probable que, ante opiniones negativas de las ciudades, se encuentren con que son en realidad viajeros inadecuados.

No importa hacia dónde y qué dirección se viaja, poner los pies sobre nuevas tierras implica el sentido renovado de la experiencia. Recorrer las calles diciendo: “se parece tanto al lugar donde vivo” cubre de una falsa impresión, provocada sólo por el viajero;  lo mismo sería si uno, en cuanto conociéramos a una persona, le dijéramos que se parece tanto a otras personas que conocemos, colocándoles al instante una máscara con anticipación. No nos reservamos el hecho de pensar que cada persona es, en esencia, única. Los espacios habitables también son únicos. Allí se ve, pues, una falta de respeto al prójimo y a los espacios ajenos a nuestro conocimiento, por eso exhorto a los lectores efímeros para que no lo hagan, o para que no compartan experiencias con este tipo de viajeros que no pueden desprenderse de su tierra materna. Además,  por cierto, concordemos algo real y seguro: si son malos viajeros, son malos residentes en su tierra.

Habrá, en cambio, buenos residentes que sólo les haga falta acondicionar sus sentidos para recibir los nuevos lugares. Esto no se logra antes de la experiencia, debe haber una exploración real (buena o mala) y, como en mi caso, aprender si es necesario de  difíciles golpes hasta sensibilizarme, hermanarme (si vale la expresión) con la ciudad.

Perderse en ella, angustiarse los primeros días, sentirse en el exilio, o simplemente temerle a la gente de la ciudad, ya es ganancia. No queremos llegar a una costumbre, porque sería disfuncional acostumbrarnos a la paranoia. La paranoia causada por las condiciones de la nueva ciudad constricciona la experiencia del viaje. Aunque fuera el viaje hacia la provincia, la paranoia puede aparecer en la imaginación de que la tranquilidad y el silencio es signo certero de que algo anda mal. Como siempre, recordemos, no todos los lugares (pequeños o grandes) tienen por qué parecerse entre sí. Tan sólo hagamos la prueba: mantengámonos un tiempo en la periferia, como en los suburbios, y luego habitemos el corazón de la ciudad. Los días y las noches tienen otras iluminaciones, otros matices de silencio y bullicio.

No hace mucho, un conocido se burlaba de otra persona que viajó a la India (es decir, al otro lado del mundo) sólo para encontrarse con un paisaje muy parecido a su lugar de origen, de manera que, al enviar fotografías de su nueva estancia, no se encontraba (en apariencia) diferencia alguna con la ciudad que había dejado. Yo esperaba que esta persona no se creyera en la creencia de que fuera así, pero, desafortunadamente, fue esta misma persona que dio la idea a los demás acerca de que su viaje “había sido en vano”. Entonces ¿qué tipo de extravagancias deseamos encontrar en los viajes? En ese caso, basta con visitar los grandes centros comerciales donde los aparadores (con luces e imagen) se renuevan de acuerdo a las tendencias de la moda.

Para algunos viajeros los atractivos de las ciudades han sido las mujeres, la condición política y la expresión artística. En Tijuana todavía hay turistas (en especial extranjeros) que por la noche salen en busca de algún voceador que, afuera de bares, tugurios o men´s club, anuncien el tan mitificado “Donkey Show”. He sabido de personas que abordan taxis y preguntan por lugares secretos donde realizan ese tipo de presentaciones sexuales; los taxistas prometen llevarlos a un lugar en las afueras de la ciudad fronteriza, donde sólo ellos están acreditados para saberlo, pero cuando están solos en la carretera, estos precavidos conductores asaltan a sus pasajeros, entonces en lugar de encontrar un “Donkey show”, encuentran la mala experiencia de no intuir al mismo tiempo el hecho de que una presentación de tales condiciones, estaría (más por higiene que moral) prohibido por la ley. Sin embargo, las lenguas más sabias de Tijuana aseguran que hace muchos años llegaron a realizar una presentación (incluyendo un “Dog Show”) en un conocido bar del centro. Pura publicidad.

Quienes buscan este tipo de extravagancias tienen con claridad una expectativa de la que no se despegan hasta volverla real. El transcurso de ida se vuelve ansiedad. Los espacios de las ciudades, las calles, se vuelven para ellos una especie de caricatura, irreal, como una pintura surrealista que apenas acabada de pintar la colocan verticalmente para que se escurra; cualquier movimiento puede ser señal de lo que buscan. Piensan en una ciudad de la que pueden abusar como les plazca, porque ellos son los viajeros y la ciudad está para servirles. Falso. La ciudad hace lo posible para recibirnos, y si tenemos que esperar en la antesala, debemos esperar antes de causar incomodidad por la impaciencia.

Esperar en la periferia de la ciudad para poder entrar al centro lo he percibido como una purificación y, al mismo tiempo, una preparación. Ahora veo que abordar directamente el corazón de la ciudad hubiera sido un cúmulo de ansiedades, desorbitación natural. En mi antigua estadía me entró la ciudad, como suele pasar, por la ventana. Hoy me hospedo por la calle Bolívar, una calle, que hace una semana, cuando pasé rápidamente, me pareció inhóspita. Pero esta mañana, después de abandonar el pasado hotel, he podido beber el primer café de la ciudad, y he podido entrar en la intimidad de la misma. El hotel es otro espacio por donde se entra a la experiencia de la ciudad.

Honestamente.

2 comentarios:

  1. Son unas percepciones muy lindas. Me gusta el respeto y lo considero un derecho de cada cual, tanto individuo como grupo, así como comunidad o ciudad. Por ello, es obligación que se nos respete, como al sitio donde nacimos, tanto como nosotros respetemos al resto. Creo que así nos procuramos un respeto a nosotros mismos. Muy interesante :)
    att: Reyna.

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    1. Un gusto que compartas tu percepción al respecto, estamos de acuerdo. Saludos.

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