domingo, 28 de julio de 2013

El sentido de la brevedad

por Mario Note Valencia


Lo bueno, si breve, dos veces bueno…
Sí, pero no abusemos de la brevedad.  El silencio también forma parte del discurso y  no sólo se trata de una omisión de la palabra; es el rellano del diálogo. Sin generalizar, no todo silencio es descanso y no todo silencio debe ser activo, dirigido. La brevedad, sin duda, tiene que ver con el movimiento del silencio. En esta oportunidad de ser breves, deberíamos observar dos de sus extensiones más comentadas:

·        Lo bueno, si breve, dos veces bueno: aquí es necesario revisar primero qué es bueno, después revisar su extensión. Por lo común, lo bueno interviene en la percepción de quien emite el mensaje y olvida a quien lo recibe. Decir «Ya pasó todo», no nos salva de que alguien más, fuera de contexto, desee saber qué fue lo que ha pasado ya. Seamos breves y justos.

·      Economía del lenguaje: en este caso, el objetivo es “economizar” el empleo de las palabras. Ya no se trata de ahorrar las expresiones para usarlas después, sino de evitar su empleo. Esta economía también beneficia al lector, sobre todo.

Ser breve significa, en primera instancia, dar oficio a las extensiones menores. ¿Y si no somos breves? Sin preocupaciones, todo recae en la conciencia, siempre la conciencia, que exista en el escrito.

Entonces, ¿tiene sentido darle ‘vueltas’ al asunto y nunca llegar a lo que quiero decir?, ¿tiene sentido sólo decir lo que quiero sin ‘perder el tiempo’ en otras aperturas del diálogo? Todo esto depende de cada persona. Cada hablante decide sobre la extensión de su mensaje, y tiene sentido en tanto que es significativo para su voluntad.

¿Tiene sentido que yo decida ocultar muchos aspectos en un mensaje? Seguramente, si no deseo que se enteren de algo más, optaría por ser breve y directo; no ofrecería detalles que permitan a mi escucha intuir que le oculto algo. O tal vez yo no sea breve porque deseo hacer notar que un simple hecho está rodeado de explicaciones que la justifican, como una cadena de consecuencias.

La brevedad, en cambio, no funciona sobre la deshonestidad. El mentiroso auténtico debe crear una cadena de consecuencias, entre ficticias y reales, que conduzcan a que un hecho pase por verosímil. La mentira (el engaño que siempre tiende a lo perjudicial) se sirve de ser breves una vez, luego de que esa brevedad se explaye en una explicación convincente.

Debe haber un sentido de correspondencia entre la intención y lo expresado: la conciencia de que nuestro mensaje es tal como debe ser. ¿Somos buenos o malos constructores?, eso lo vemos en nuestro uso de la lengua oral y escrita, cómo nos adecuamos al discurso necesario. Honestamente.

Por cierto…
Un filósofo michoacano cree que debemos juzgar a las personas no por sus respuestas, sino por sus preguntas. Podríamos decir, entonces: dime qué preguntas y te diré cuáles son tus intenciones. Quizá, ¿cierto?, pero no se vale generalizar. 

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