por Mario
Note Valencia
Lo bueno, si breve, dos veces bueno…
Sí, pero no abusemos de
la brevedad. El silencio también forma
parte del discurso y no sólo se trata de
una omisión de la palabra; es el rellano del diálogo. Sin generalizar, no todo
silencio es descanso y no todo silencio debe ser activo, dirigido. La brevedad,
sin duda, tiene que ver con el movimiento del silencio. En esta oportunidad de ser
breves, deberíamos observar dos de sus extensiones más comentadas:
·
Lo
bueno, si breve, dos veces bueno: aquí es necesario
revisar primero qué es bueno, después revisar su extensión. Por lo común, lo
bueno interviene en la percepción de quien emite el mensaje y olvida a quien lo
recibe. Decir «Ya pasó todo», no nos salva de que alguien más, fuera de
contexto, desee saber qué fue lo que ha pasado ya. Seamos breves y justos.
· Economía
del lenguaje: en este caso, el objetivo es “economizar”
el empleo de las palabras. Ya no se trata de ahorrar las expresiones para
usarlas después, sino de evitar su empleo. Esta economía también beneficia al
lector, sobre todo.
Ser breve significa, en
primera instancia, dar oficio a las extensiones menores. ¿Y si no somos breves?
Sin preocupaciones, todo recae en la conciencia, siempre la conciencia, que
exista en el escrito.
Entonces, ¿tiene
sentido darle ‘vueltas’ al asunto y nunca llegar a lo que quiero decir?, ¿tiene
sentido sólo decir lo que quiero sin ‘perder el tiempo’ en otras aperturas del
diálogo? Todo esto depende de cada persona. Cada hablante decide sobre la extensión
de su mensaje, y tiene sentido en tanto que es significativo para su voluntad.
¿Tiene sentido que yo
decida ocultar muchos aspectos en un mensaje? Seguramente, si no deseo que se
enteren de algo más, optaría por ser breve y directo; no ofrecería detalles que
permitan a mi escucha intuir que le oculto algo. O tal vez yo no sea breve
porque deseo hacer notar que un simple hecho está rodeado de explicaciones que
la justifican, como una cadena de consecuencias.
La brevedad, en cambio,
no funciona sobre la deshonestidad. El mentiroso auténtico debe crear una
cadena de consecuencias, entre ficticias y reales, que conduzcan a que un hecho
pase por verosímil. La mentira (el engaño que siempre tiende a lo perjudicial)
se sirve de ser breves una vez, luego de que esa brevedad se explaye en una
explicación convincente.
Debe haber un sentido
de correspondencia entre la intención y lo expresado: la conciencia de que
nuestro mensaje es tal como debe ser. ¿Somos buenos o malos constructores?, eso
lo vemos en nuestro uso de la lengua oral y escrita, cómo nos adecuamos al
discurso necesario. Honestamente.
Por
cierto…
Un filósofo michoacano cree
que debemos juzgar a las personas no por sus respuestas, sino por sus
preguntas. Podríamos decir, entonces: dime
qué preguntas y te diré cuáles son tus intenciones. Quizá, ¿cierto?, pero
no se vale generalizar.
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