por Mario
Note Valencia
Inicia septiembre y se
acaba el año, eso decíamos en la escuela; alguno que otro, no menos estoico, aseguraba que “nomás llegando enero,
el año se va”. En México hay más de una razón para caer en la cuenta de que
septiembre se ha instalado y que vino para quedarse: el olor a pólvora.
Más que olor, es la
pólvora esparcida sobre las espaldas de los niños cuando regresan a casa
después de una noche llena de luces y ruidos. Los cohetones o cohetitos, en
fin, los fuegos artificiales, que se consiguen en las tienditas del vecindario.
¿Qué hacen los niños del siglo XXI con tanta tecnología a la mano? ¿Salen a
jugarse la vida con juegos tan peligrosos? ¿Qué hacen los niños comprando
peligro cuando bien podrían estar en internet platicando con sus amigos de la
escuela? Sí, pero, ¿puede hacer esto el teléfono celular?
El gobierno federal se
empecina en convencer a los niños de no jugar con pirotecnia, y esto lo quiere
lograr por medio de ejemplos más bien irrisorios que conmovedores: en una
demostración pública utilizan un melón (emulando la cabeza de un infante
cualquiera), al que hacen estallar con un cohetón de fácil adquisición en la
calle (todos en la colonia saben que doña Maru vende cohetitos).
A todo esto, no abogo
por la venta ni uso de fuegos artificiales, aunque se haya convertido un ritual
en la casa de la abuela. En dos puntos expongo mi postura: 1) la nueva y deficiente fabricación de cohetitos; así como 2) la irresponsabilidad ambiental del
ruido que provocan.
Todos sabemos, quienes
utilizamos alguna vez cohetitos, que los nuevos artilugios ofrecidos en la tiendita
de doña Maru están mal fabricados. Ahora estallan los que debían aventar luces,
y escupen fuego las luces de bengala. Si antes no sabíamos de dónde provenían
las cosas que comprábamos, ahora ni siquiera sabemos si doña Maru se dedica a
fabricarlos. Sólo por este motivo no debería promoverse la compra.
Económicamente si no hay compra de cohetitos no crece la demanda y, por lo
tanto, no hay producción. No abogo por el uso de cohetones por su pésima
fabricación.
Y aunque fueran muy
bien fabricados, no abogaría por su uso. Cuando sacan a la Virgen, Santa
Matrona de cada pueblo, a pasear, a dar la vuelta, a llevarla al baile al
templo, los peregrinos (adultos) utilizan fuegos artificiales (de otra
fabricación) cuyo uso está permitido, así como la elaboración de “castillos”
(una arquitectura que se alumbra y quema con arterias de cohetones). Los fieles
peregrinosos se aferran a la idea de que sin cohetones, sórdidos y
escandalosos, no puede haber procesión religiosa.
Los estallidos
desorientan a los animales que merodean en las alturas, o incluso en la tierra,
nuestras mascotas entran en un curioso estado de pánico. Gatos y perros, por
ejemplo, han sufrido accidentes por ese mismo motivo; los más suertudos corren
a esconderse en los lugares más oscuros de la casa, pero ni eso los salva de
pasar un mal momento. ¿Alguien ha visto palomas silvestres volar en calma
durante el festejo a la Guadalupana?
Lo más probable es que
nadie estaría gustoso de que le tronaran un cohetón en las orejas. Deberían de
poner ya un alto a esas procesiones que fervorosamente representan un escándalo
al medio ambiente, o mejor dicho: poner un alto al uso de cohetones. Sé muy
bien, por otro lado, que la costumbre de fabricar castillos representa un
conjunto de creencias para los mexicanos. Sin embargo, no todo es verdad, y en
ningún momento tocamos el tema de la pólvora cuando hablamos de la orden prehispánica.
Si queremos quemar
castillos pirotécnicos en el Centro de la ciudad, vamos tomando las medidas
preventivas necesarias siempre a favor de los animales que de alguna u otra
manera queremos que estén presentes a la hora de la foto familiar (sentados en
la fuente rodeados de paloma). Más a favor que sea para las mascotas que por su
propio pie pueden salir de la casa y perderse. Nadie quiere que eso pase.
El evento de cohetones
por excelencia en México es, sin duda, el grito del Inicio de Independencia. En
nuestros días simplemente parece de mal gusto ir a Palacio de Gobierno a “dar
el grito”. No me explico quién puede ir a convivir en una fiesta con quien
supuestamente se está molesto: el presidente municipal, el gobernador… Y a
gritar sobre un personaje que está más mistificado que el Cerro del Tepeyac.
El único que sí llegó a
conocer la historia de los independentistas fue Ignacio Ramírez, El Nigromante,
uno de los que redactó también las leyes de Reforma. Si viviera en nuestros
tiempos, El Nigromante ya hubiera considerado las procesiones como espectáculo distractor
de las fuerzas dominantes del gobierno de México.
No usemos cohetones,
pues, aunque sea para dar lata de
otro modo.
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