por Mario
Note Valencia
Después de las lluvias
aparecen los baches. Al sexto día del apocalipsis los baches terminan por minar
nuestro paseo; la ociosidad se complica entre tanto cráter citadino, el camino
por la calle se convierte en interés espeleológico, y algunos ya encuentran
metales preciosos en lo que otrora fue chapopote puro.
Si la ciudad es
representación del alma, el mexicano tiene rupturas, cicatrices y corazón
fractal. Qué idea romántica es ésta, que se despacha de un solo tiro la
necesidad de hacer un estudio riguroso sobre el ser del mexicano, ya que en
realidad el mexicano, en su ser, es más universal que como lo pintan, sobrio y serio,
sobre los murales, por ejemplo. El mexicano puede ser tan oscuro como los
alemanes o elegante como los ingleses; pero no nos engañemos en estereotipos:
los alemanes pueden ser tan perezosos y claros como cualquier otro ser humano
en el mundo. Lo mismo se podría decir que el inglés “tiene rupturas, cicatrices
y corazón fractal”.
La idea de explicar al
mexicano por medio de metáforas baratas (¡esperen un momento!, ¿qué es barato?, ¿acaso la economía ha
condicionado el lenguaje?). Recapitulemos: La idea de explicar, pues, al
mexicano por medio de metáforas de sencilla construcción atañe más al asunto de
mistificarlo que de esclarecerlo. Mientras más oscura sea la definición sobre el
mexicano hay menos compromiso social. Ahí, el poeta que se propone hablar sobre
la mexicanidad no hará más que echar
a perder el proyecto si repara en metáforas sublimes.
Todos alguna vez cometimos
el atropello de imaginar que el mexicano ideal es aquél que se parece más, al
menos en indumentaria, a Chano y Chon de los Polivoces. Las imágenes que nos
ofrecen los escritores más profundos
sobre el mexicano, son igual de ridículas que la creación de los Polivoces,
excepto que el fin de Chano y Chon era hacer comedia con el estereotipo.
Habrá que tener en
cuenta que el estereotipo moldea una imagen general sobre algo, y por lo tanto
falsa de lo que representa. El estereotipo crea necesidades en lugar de
resolverlas. La cultura auténtica mexicana no cabe en un sombrero cuya leyenda
reza: “¡Que viva México!”, no cabe en los zarapes ni en las trompetitas
tricolores. Digo que ya no cabe en esas imágenes porque en el momento en que
una vestimenta se vuelve útil y práctica para una función en especial, se convierte en mercado y, por lo tanto,
fetiche.
Las calles principales
de la ciudad estarán, en los próximos días, accidentadas de baches y de puestos
ambulantes. La ideología que llueve sobre la imagen del mexicano todavía
responde a un mercado pobre, cuyo regateo de la prenda denigra más las manos que
detrás laboraron para tejer una única bandera. ¿Por qué entonces estos puestos
patrios ambulantes no viven sino sólo en septiembre “mes de la patria”? Por la
sinceridad de la gente mexicana que desconoce una identidad supuesta y
súperpuesta por el Estado durante los meses en que no hay nada patrio qué
festejar.
Estos baches no son por
ningún motivo la representación del alma mexicana, sino las extensiones desmoronadas
del dominio del Estado. Veamos este hecho de las calles para notar cómo una
decisión del gobierno federal determina y condiciona nuestro caminar
accidentado, nuestro verdadero andar tangible, incluso determinaría, por
ejemplo, que cada quien busque rutas y atajos, maneras de sondear las ranuras.
Cuando no hay baches,
hay topes todo el año, ese levantamiento abrupto reductor de velocidad, un discurso
expectorante del Estado sobre los caminos. El bache más grande es sin duda el día del grito, un espacio incómodo para
la reflexión sobre el mexicano, en donde abundan las lenguas viperinas y que
siempre terminan su hablar con el vacío del Que
viva… Méx… Los que pretendan hablar del ser del mexicano deberán ofrecer un
camino legible, nada de asuntos profundos como los baches.
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