por Mario
Note Valencia
Ignacio Ramírez, El
Nigromante, fue un liberal mexicano del siglo XIX, lúcido para responder al
compromiso que había dejado la lucha de Independencia. Su pensamiento radical
auténtico lo condujo a una vida agitada, de escape, provocada por los
conservadores, incluso por el mismo pueblo a quien deseaba libre.
Cuando Diego Rivera
alrededor de 1946 pintó el mural Sueño de
una tarde dominical en la Alameda Central, colocó a El Nigromante con un
letrero que decía: “Dios no existe”. Precisamente ésa era la prédica con la que
ingresó, muy joven, a la prestigiada Academia de Letrán en 1836. La sociedad
contrariada lo nombró despectivamente “el nigromante”, es decir, el que habla
con los muertos para predecir el futuro. Ignacio Ramírez convirtió la ofensa en
su propio pseudónimo, signo de la lucha liberal contra el poder del clero
político.
Aunque su discurso decía
“No hay Dios;
los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, a Diego Rivera le
pareció conveniente colocar la sencilla fórmula para negar a Dios.
Inmediatamente se hizo un revuelo en la Ciudad de México, los mismos estudiantes
católicos agredieron el mural y se convocó a marchar para ocultar esa “blasfemia”.
Rivera tuvo que cubrir ese fragmento del mural hasta que cambió aquella frase
de “Dios no existe” por “Academia de Letrán 1936”. Una vez más, la lucha de
Ignacio Ramírez fue censurada.
El mismo Porfirio Díaz, una vez
instaurado como presidente del progreso (antes de la Revolución, por supuesto),
censuró documentos biográficos de El Nigromante, porque las supuestas
revelaciones del liberal podían alterar la “paz nacional”. Porfirio Díaz por
razones personales copuló con la iglesia y engendró el hostigamiento a la
intelectualidad mexicana durante treinta años. La literatura, naturalmente, no
se apegó ni atacó estas normas, por lo que no puede considerarse como movimiento
intelectual.
Hoy en día los presidentes continúan
con la tradición de la censura con tal de no mover la supuesta puesta de tranquilidad
nacional. Poco se habla de Ignacio Ramírez en el panorama de la liberación de
México. Sólo equiparablemente, El Nigromante tuvo su contemporáneo alemán
llamado Friedrich Nietzsche, del que todos bien o mal saben su lucha contra el
pensamiento cristiano, aunque el mexicano todavía estuvo más enfocado a la
praxis, fue más allá del ideal metafísico. Pero al final tengamos bien en
cuenta de que cada uno por su parte, vivió e hizo con su grado de acción
condicionado por el momento material histórico.
Exacto, deberíamos ponernos a
pensar qué grado material festejamos al dar el grito cada 16 de
septiembre. Ver cuál es el sentido retrógrada de volver, año tras año, a un
movimiento histórico tergiversado en su historia y dirigido para su festejo por
el Estado. ¿Cuánto cuestan los festejos? ¿No será este festejo justificación de
muchos Estados para la repartición del capital entre su cenáculo político? ¿Acaso
este grito simbólico no parece igual de ridículo que el de los años
anteriores exceptuando al verdadero grito material de 1810?
Dar el grito en México es en
realidad un símbolo vacío, falso, que no llena espiritualmente al cuerpo
material en el que vivimos, el mismo cuerpo que amanece todos los días sobre
las mismas condiciones sociales. Esto a menos que, desde ahora, haya una praxis
del no festejo.
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