por Mario
Note Valencia
En estos próximos días
no faltará el medio informativo que atribuya la calidad de “masa” a las
personas que se reúnen para festejar o echar escándalo por la conmemoración de
Grito de Independencia. Pero, vaya, entre barullo y escándalo ¿qué significó el
grito de Independencia, cuya independencia no fue sino hasta 1821? Creo que
deberíamos festejar, por qué no, ya no los 1810, sino los 1821.
Festejar el grito de
independencia, sin tener un festejo a la secuela de consumación, podría
llevarnos al pensamiento de que sólo festejamos, cada año, esa necesidad de
redención real: la libertad. Festejamos aquello que no es consumido, que contrajo
errores, como aquella que supo Miguel Hidalgo cuando condujo, sin desearlo
quizá, un exterminio de personas en la Alhóndiga de Granaditas.
Cada año se nos invita
al grito, al mismo grito de siempre, en donde inició todo el relajo de la
lucha. Pero no se nos invita a conmemorarnos para pensar y repensar en qué
consiste la libertad conseguida después del grito, que costó vidas y once años.
Para llamar a septiembre “mes patrio”, tenemos que vivir en un pasado muy
pasado, incluso antes de la Revolución Mexicana, igual de plástica y moldeable
como los hechos del inicio de la lucha independentista. Digo plástica, porque
la cultura oficial, la ofrecida por el Estado, la ha vuelto un lugar de museo,
una visita obligada en el estudio de la historia mexicana.
¿Por qué no festejar cada
año cuando los mexicas por fin llegaron al Valle de México? Es sólo cuestión de
fetichismo. Al Estado le gusta mucho jugar a que son independientes, herederos,
sin embargo, de un sistema occidental. El mismo Estado fusiló a Hidalgo.
La arquitectura
citadina, si no llena de historia, es vergonzosa al responder a un sistema de
los Conquistadores. La iglesia representaba, pues, la concentración de poder,
asimismo los ayuntamientos como el Palacio Nacional. A partir de la catedral de
despliega lo que conocemos como Centro. El centro no es, pues, el Jardín
Principal, sino una histórica instauración de la Iglesia después de la
conquista.
Vamos a dar el grito, entonces, de espaldas a la iglesia. O vamos,
realmente, a darlo de la mano de la iglesia, con el escudo del Estado. Septiembre
tiene de patrio lo que no quiere saber la Patria: ¿en qué consiste la lucha de
independencia mexicana? Se opta por festejar el sentido embrionario de la
lucha: el puro grito. Después de eso, todos a su casa y a dormir.
Al siguiente día
después del grito, el 16 de septiembre nos alumbra con un desfile auspiciado
por los estudiantes y cualquier tipo de fuerza armada que legitime el dominio
del Estado. “Mira, mijo, ahí van los soldados”. “Ire, viejo, ahí está el
presidente”. Casi todo mundo echa un vistazo, por apantallador, al desfile
cirquero que se presenta en las principales calles de la ciudad.
Vámonos haciendo menos
en ese desfile, pues, aunque sea para dar
lata de otro modo.
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