por Rafael Frank
2014, año en que la
Academia muestra su punto de ebullición, de fácil alcance. El hervidero está a
la mano de todos, como la mayoría de los placebos. Las constantes muertes de
escritores, que hemos visto en el transcurso de este año, parecen cocerse
rápido en la cazuela; para consolar las pérdidas los homenajes desde la
Academia están dispuestos incluso para los rebeldosos.
En el año fiestero de
varios centenarios (Paz, Huerta, Revueltas, Cortázar -y no se olviden de Bioy-),
tenemos todavía lugar para el longevo Nicanor Parra que, como dicen los
rebelditos (rebeldes y malditos), es la figura de la antipoesía. Será quizá que
Parra es tan anti, que decidió estar vivo, sin cocerse, sin que el hervidero
académico hiciera de las suyas a sus espaldas.
Porque, sabemos esto:
mientras más tiempo hirviendo en el agua, más blandito y menos nutrientes. Es éste
el fenómeno de la Academia: dejar vacío el trabajo de los escritores con tanto
hervir entre tanto homenaje. La Academia representa un espacio que por su
naturaleza misma no puede huir de la solemnidad. Es por tanto absurdo, por
ejemplo, que la Academia rinda un homenaje con puros doctores en letras y
lingüística (y ningún escritor) a Nicanor Parra; por supuesto, para evitarse el
rechazo al poeta no lo invitan a la ceremonia, pues el mantel es verde y a él
siempre le gustaron las telas moradas.
En un recinto solemne,
donde se leía una investigación sobre José Revueltas, dijo una voz: “el
CONACULTA le está haciendo a Revueltas la grosería de no acordarse de él,
parece que es, todavía, incómodo para el Estado”. Dos cosas: 1) ya sabemos que el Conaculta está
preparando la fanfarria a Revueltas, y 2)
no es un elogio que el gran estrado de Bellas Artes despliegue sus fuerzas en
pos de tal homenaje, acuérdese usted de Lecumberri. Tanto arreglo floral es
tirar por la cañada toda una vida, y todo un trabajo literario.
Igual que Parra y
Revueltas, quedan en la misma situación otros exiliados de los grandes cenáculos
literarios. Podemos tocar ahora el son de Cortázar y Huerta, que se batieron
contra la solemnidad y, tuvieron el infortunio, que a la espalda de su muerte
hicieran de su imagen dos figuras que hoy se siguen con fe terrible e
inauténtica, dos figuras que la Academia disfruta zarandear a su capricho,
reparte los trozos como esas pastillas placebo para que los miembros de la
Institución se den a sí mismos la ilusión de ofrecer al mundo un conocimiento
trascendental.
El verdadero elogio está
fuera de la Academia. No vale aquí decir “los tiempos cambian” para lavarse las
manos.
Es el intento de que el (para el señor Academia) enemigo se una, ya que no pueden con la incomodidad de su existencia.
ResponderEliminarO abolirlo...
EliminarFrank