jueves, 11 de septiembre de 2014

11. Opacar la música (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

 
Cuando el radio modular toca esa canción que tremola el cuerpo que habitamos, tendemos a responder al concierto produciendo sonidos desde los objetos que tenemos al alcance. Un tenedor, por ejemplo, se abalanza suave sobre un plato de cristal para filtrar un sonido / tic / tic / tic / metronómico, marcando la canción o ya sea que con la mano cóncava arqueada emulemos un contrabajo.

En el fenómeno social debemos responder de la misma manera, tratando de enviar breves sonidos, acoplándonos, en silencio, para saber escuchar y hablar. Todos sabemos que preponderar sobre la música sonada, tratando de ir en contra de los ritmos ofrecidos, sólo decae en sinsentidos y momentos afónicos. No podemos dirigir el fenómeno cultural si no se recibe a la cultura como una canción que se toca desde un espacio exterior a nosotros.

Esa composición social tremola nuestros cuerpos cuando nos ponemos a escuchar “como quien oye llover”. Nuestro momento de participación puede o no acoplarse, eso dependerá de lo que queramos ser: público pasivo o público activo, desde el momento en que el silencio se vuelve voluntad. La voluntad del silencio es mucho más sensata que la del hablar; pero el silencio es sólo una praxis de la transformación.

Llega el momento en que la improvisación constante permite pensar al mismo tiempo que la música tocada desde el radio modular sirve para nosotros como al mismo tiempo nosotros, con nuestra música de tenedores y vasos, servimos a la música para que en lo concreto (nuestros objetos de cocina) tenga sentido. No puede haber posición de en dónde queda uno, sino en qué sentido participamos. Una orquesta está distribuida adecuadamente para que cada espacio sea aprovechado de acuerdo al instrumento, a la música que redime los objetos. Un tenedor no vale más que el vaso en el que se produce el sonido, cristalizado.

Dar el grito este 16 de septiembre es quedar afónico por la sutura desmedida de voces que desean escucharse al mismo tiempo y que, por lo mismo, nada llega a ser entendible. 

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