por Mario
Note Valencia
Cuando el radio modular
toca esa canción que tremola el cuerpo que habitamos, tendemos a responder al concierto
produciendo sonidos desde los objetos que tenemos al alcance. Un tenedor, por
ejemplo, se abalanza suave sobre un plato de cristal para filtrar un sonido /
tic / tic / tic / metronómico, marcando la canción o ya sea que con la mano
cóncava arqueada emulemos un contrabajo.
En el fenómeno social
debemos responder de la misma manera, tratando de enviar breves sonidos,
acoplándonos, en silencio, para saber escuchar y hablar. Todos sabemos que
preponderar sobre la música sonada, tratando de ir en contra de los ritmos
ofrecidos, sólo decae en sinsentidos y momentos afónicos. No podemos dirigir el
fenómeno cultural si no se recibe a la cultura como una canción que se toca desde
un espacio exterior a nosotros.
Esa composición social
tremola nuestros cuerpos cuando nos ponemos a escuchar “como quien oye llover”.
Nuestro momento de participación puede o no acoplarse, eso dependerá de lo que
queramos ser: público pasivo o público activo, desde el momento en que el
silencio se vuelve voluntad. La voluntad del silencio es mucho más sensata que
la del hablar; pero el silencio es sólo una praxis de la transformación.
Llega el momento en que
la improvisación constante permite pensar al mismo tiempo que la música tocada
desde el radio modular sirve para nosotros como al mismo tiempo nosotros, con
nuestra música de tenedores y vasos, servimos a la música para que en lo
concreto (nuestros objetos de cocina) tenga sentido. No puede haber posición de
en dónde queda uno, sino en qué sentido participamos. Una orquesta está
distribuida adecuadamente para que cada espacio sea aprovechado de acuerdo al
instrumento, a la música que redime los objetos. Un tenedor no vale más que el
vaso en el que se produce el sonido, cristalizado.
Dar el grito este 16 de
septiembre es quedar afónico por la sutura desmedida de voces que desean escucharse
al mismo tiempo y que, por lo mismo, nada llega a ser entendible.
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