jueves, 4 de septiembre de 2014

4. Monumentos patrios (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

El Pípila de Guanajuato
Observando la topografía culinaria de unos huevos con chorizo sobre el plato, a los que se les agregan rodajas de jitomate, me da la sensación de una escena gloriosa que redime la situación postrera de unos huevos incubados, o bien, cada uno de los alimentos por separado cuyo último fin, respecto a la vida humana, es un plato potencial de huevos con chorizo.

En México hay tres tipos de monumentos que responden a tres formas de representación. Estos monumentos pueden representar: 1) el inicio bélico de un evento, 2) la representación del triunfo, o 3) simples dorsos de carácter solemne, como los que aparecen en las míticas monografías de contorno azul, o los que se utilizan en mausoleos y rotondas.

Los que más llaman la atención durante las fiestas patrias son aquellos monumentos que tratan del inicio de la Independencia. No vemos a un Hidalgo reposando después de levantarse en armas, sino rompiendo las simbólicas cadenas con un rostro de furia. Los monumentos patrios son rostros furiosos, cuya petrificación se parece tanto a la no cocción de los alimentos. Pero al parecer más convence un rostro amargo que uno descansado con la consumación de su victoria.

Cosa curiosa que pasa en México es que, por ejemplo, se ensalzan más las figuras prehispánicas. Desde Yucatán hasta una buena parte de occidente vemos a los reinos mesoamericanos prosperando sobre una glorieta pétrea y citadina. En su postura de soberanos, jamás los escultores son obligados a representar un pueblo que derribó con piedras a Moctezuma inmediatamente después de la caída de Tenochtitlan.

Como podemos ver, la postura de los antiguos mexicas son configuraciones no menos míticas que los rostros impávidos de los independentistas, justo en posiciones de lucha. Todavía creo que la historia oficial sobre los niños héroes (del Castillo de Chapultepec) es más falsa que la posible ingesta del chicle de Talpa.

Los monumentos públicos alusivos a la lucha de Independencia representan sólo el inicio bélico del evento. En su estado de furia y rebelión, la permanencia de estas imágenes pueden llegar a parecer tan cotidianas y cíclicas que lo más natural sea, cada año, dar el grito para permanecer siempre en el estado de furia e inconformidad. Pero ¿cuál fue el destino de esta lucha? ¿Alguna vez pudo descansar Miguel Hidalgo?

Las imágenes de cualquier tipo provocan y estimulan la imaginación, y esta imaginación se conecta con alguna creencia. Me parece curioso que en Guanajuato el monumento que sobresalga en la ciudad sea el personaje del Pípila, quien nunca deja su brazo descansar del fuego. Ese monumento para la eternidad citadina deberá de rediseñarse en los próximos años si se desea que los habitantes cumplan, en sus más profundos sueños, por fin la hazaña de que el Pípila encienda la Alhóndiga de Granaditas. De nada sirve llevar el fuego en lo alto, si no hay lugar dónde alumbrar o echarle fuego.

Este Pípila tiene, sin embargo, la pose de parecerse más a Prometeo, el que robó el fuego a los dioses para dárselo a los mortales. Eso es lo que a veces veo en el Pípila de Guanajuato, y de algún modo siento que eso lo salva de todos los demás monumentos patrios. No se muestra a un Pípila asustadizo, encorvado por la piedra sobre su espalda. Pero insisto en que algún día habrá que salir de esos pasos embrionarios de toda lucha: pasar del grito a la acción.

No es lo mismo dar el grito que entrar en la lucha. El arte de los monumentos, bien o mal hechos, tienen la misma provocación en el espectador si su objetivo es representar hechos históricos. Creo que El David de Miguel Ángel no hubiera sido lo mismo si el artista se hubiera propuesto retratar a un David furioso en lugar de su rostro sereno y firme previo a la pelea con Goliat.

Otro detalle es que si se hacen monumentos con posturas serenas  de los independentistas, puede acusarse de inducción a la pereza o mistificación de los hechos. Hace falta, por otro lado, que también le demos vuelta a la página, mostrar en los monumentos a un Hidalgo que reflexiona lo que en realidad nos debe interesar históricamente, es decir, las razones de la lucha.

Aunque no corresponde al mes de septiembre, Benito Juárez también ha sido utilizado por el Estado para otorgar una dirección al “arte popular”, público. Poco importa lo que significaron las leyes de Reforma si podemos tomarnos una fotografía al pie de un monumento en la Alameda. Poco importa en qué consistió la lucha de Independencia si podemos jactarnos de ir o no ir a dar el grito. Poco importa jactarse de tener héroes nacionales a los que conviene más tener en mausoleos que de provocadores contra el gobierno del Estado. Poco importa, pues, saber las razones de los actos si lo que incumbe es el presente e “ir al paso del progreso”.

Si no tiene sentido ver el pasado, para qué darle importancia histórica a un festejo que bien puede ser equiparado a las fiestas de la primavera y a las elecciones de Nuestra Belleza México. 

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