por Mario
Note Valencia
El Pípila de Guanajuato |
Observando la topografía
culinaria de unos huevos con chorizo sobre el plato, a los que se les agregan
rodajas de jitomate, me da la sensación de una escena gloriosa que redime la
situación postrera de unos huevos incubados, o bien, cada uno de los alimentos
por separado cuyo último fin, respecto a la vida humana, es un plato potencial
de huevos con chorizo.
En México hay tres
tipos de monumentos que responden a tres formas de representación. Estos
monumentos pueden representar: 1) el
inicio bélico de un evento, 2) la
representación del triunfo, o 3) simples
dorsos de carácter solemne, como los que aparecen en las míticas monografías de
contorno azul, o los que se utilizan en mausoleos y rotondas.
Los que más llaman la
atención durante las fiestas patrias son aquellos monumentos que tratan del
inicio de la Independencia. No vemos a un Hidalgo reposando después de levantarse
en armas, sino rompiendo las simbólicas cadenas con un rostro de furia. Los
monumentos patrios son rostros furiosos, cuya petrificación se parece tanto a
la no cocción de los alimentos. Pero al parecer más convence un rostro amargo
que uno descansado con la consumación de su victoria.
Cosa curiosa que pasa
en México es que, por ejemplo, se ensalzan más las figuras prehispánicas. Desde
Yucatán hasta una buena parte de occidente vemos a los reinos mesoamericanos prosperando
sobre una glorieta pétrea y citadina. En su postura de soberanos, jamás los
escultores son obligados a representar un pueblo que derribó con piedras a Moctezuma inmediatamente después de la caída de Tenochtitlan.
Como podemos ver, la
postura de los antiguos mexicas son configuraciones no menos míticas que los
rostros impávidos de los independentistas, justo en posiciones de lucha.
Todavía creo que la historia oficial sobre los niños héroes (del Castillo de
Chapultepec) es más falsa que la posible ingesta del chicle de Talpa.
Los monumentos públicos
alusivos a la lucha de Independencia representan sólo el inicio bélico del evento.
En su estado de furia y rebelión, la permanencia de estas imágenes pueden
llegar a parecer tan cotidianas y cíclicas que lo más natural sea, cada año,
dar el grito para permanecer siempre en el estado de furia e inconformidad.
Pero ¿cuál fue el destino de esta lucha? ¿Alguna vez pudo descansar Miguel
Hidalgo?
Las imágenes de
cualquier tipo provocan y estimulan la imaginación, y esta imaginación se
conecta con alguna creencia. Me parece curioso que en Guanajuato el monumento
que sobresalga en la ciudad sea el personaje del Pípila, quien nunca deja su
brazo descansar del fuego. Ese monumento para la eternidad citadina deberá de
rediseñarse en los próximos años si se desea que los habitantes cumplan, en sus
más profundos sueños, por fin la hazaña de que el Pípila encienda la Alhóndiga
de Granaditas. De nada sirve llevar el fuego en lo alto, si no hay lugar dónde
alumbrar o echarle fuego.
Este Pípila tiene, sin
embargo, la pose de parecerse más a Prometeo, el que robó el fuego a los dioses
para dárselo a los mortales. Eso es lo que a veces veo en el Pípila de
Guanajuato, y de algún modo siento que eso lo salva de todos los demás
monumentos patrios. No se muestra a un Pípila asustadizo, encorvado por la
piedra sobre su espalda. Pero insisto en que algún día habrá que salir de esos
pasos embrionarios de toda lucha: pasar del grito a la acción.
No es lo mismo dar el grito que entrar en la lucha. El
arte de los monumentos, bien o mal hechos, tienen la misma provocación en el
espectador si su objetivo es representar hechos históricos. Creo que El David de Miguel Ángel no hubiera sido
lo mismo si el artista se hubiera propuesto retratar a un David furioso en lugar
de su rostro sereno y firme previo a la pelea con Goliat.
Otro detalle es que si
se hacen monumentos con posturas serenas de los independentistas, puede acusarse de
inducción a la pereza o mistificación de los hechos. Hace falta, por otro lado,
que también le demos vuelta a la página, mostrar en los monumentos a un Hidalgo
que reflexiona lo que en realidad nos debe interesar históricamente, es decir,
las razones de la lucha.
Aunque no corresponde
al mes de septiembre, Benito Juárez también ha sido utilizado por el Estado
para otorgar una dirección al “arte popular”, público. Poco importa lo que
significaron las leyes de Reforma si podemos tomarnos una fotografía al pie de
un monumento en la Alameda. Poco importa en qué consistió la lucha de
Independencia si podemos jactarnos de ir o no ir a dar el grito. Poco importa jactarse de tener héroes nacionales a
los que conviene más tener en mausoleos que de provocadores contra el gobierno
del Estado. Poco importa, pues, saber las razones de los actos si lo que incumbe
es el presente e “ir al paso del progreso”.
Si no tiene sentido ver
el pasado, para qué darle importancia histórica a un festejo que bien puede ser
equiparado a las fiestas de la primavera y a las elecciones de Nuestra Belleza
México.
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